Acaso fueron los rectos castigos de su padre, un marine veterano de Ia II Guerra Mundial, quien solía meterlo bajo el chorro de ducha fría cuando se comía sin permiso las galletas que su madre guardaba en la alacena. O que para corregirle sus rabietas infantiles lo sumergiera en la tina cubierta de agua fría lo que unió a Dick por siempre con el vital elemento. Así, mientras otros se interesaban por ligar chicas, el béisbol o baloncesto secundario, Dick ocupaba su tiempo en las bibliotecas de su pueblo. Supo que primero fue el agua y que ésta ha sido por siglos signo de purificación presente en las diferentes culturas. Aprendió que, para Tales de Mileto, el principio o arje de todas las cosas era el agua, se extasió con eso de que “nadie se baña siempre en el mismo río”. Alucinó con conocer el Nilo, Ganges, Po y el Amazonas. Y, así como se hizo erudito en el bautismo de Cristo, se convirtió en ferviente admirador del tratamiento que se daba a las brujas en la Inquisición, que era
Crónicas, columnas, semblanzas y otras escrituras ideológicamente falsas