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Mezquindad

Buenos días don Carlos Peña, con mucho interés leí su columna "Una democracia de propietarios", sobre la decisión de Friosur SpA, de ceder parte de la propiedad de la empresa a sus trabajadores, ya que cuando esta semana escuché la noticia ¡Qué bien! exclamé; luego recordé el "capitalismo popular", que pregonaba Pinochet, pero aquello no fue más que el cuento para privatizar el país.  
Me pregunté si fuera dueño de una empresa haría lo mismo ¡por supuesto! respondí, me consideró un tipo generoso, aunque nunca tanto para dar la vida por los demás, gustoso repartiría hasta mis deudas y cedería parte de mi propiedad, sobre todo si es fácil repartir la torta cuando, como en mi caso, es mera fantasía y no una realidad.   
Porque mi abuela Ofelia me educó para no ser mezquino, por cierto, le hice caso, de niño prestaba la pelota de fútbol y mis juguetes, en la escuela hubiese prestado hasta mis cuadernos, pero nunca nadie me los pedía, por mi pésima caligrafía.   
Ya en la universidad quise compartir mis conocimientos, pero eran escasos, no asistía a clases, ni tenía cuadernos, salvo unas cuantas fotocopias arrugadas manchadas de tinto y cenizas de cigarro que nadie quería.   
Pero, como debía ser fiel a los preceptos de la Ofelia, cuando me llegaba la mesada invitaba a beber a todo aquel con que en la calle me topara, también organizaba fiestas en mi pieza, tal derroche de generosidad trajo sus costos, como me gastaba la plata del arriendo tenía que fugarme antes que el dueño de casa me cobrara o, por el constante bullicio en mi pieza, era frecuente que me expulsaran.  
Quise sentar cabeza y pensé, entonces, en formar un hogar, si bien mi casa no era llamada “La casa de las flores” nerudiana, como guardaba en el ropero una enorme maleta llena de marihuana casera, mi hogar era “La casa del piloto”, que así me apodaban los amigos que la frecuentaban.
Por ese entonces, se me ocurrió visitar las librerías de viejo, compraba libros, algunos leía o, más bien, ojeaba y servían para aparentar un dejo de intelectualidad, pero, como me sentía cercano a la izquierda y uno debía abolir el derecho de propiedad, en mi ebriedad pensando en mi abuela ¡ay de mí! los regalaba, pero no por ser devoto de la religiosidad popular, sino porque ella estaría defraudada si supiera que para la festividad de la Santa Cruz de Mayo, cantaran a mi puerta ”Esta es la casa de los Pino, donde viven los mezquinos” aunque lo más probable  era que cantaran “Esta es la casa de los Tacho, donde viven los borrachos”.
Me tomaba hasta las ganas, seres extraños transitaban por mi hogar como Pedro por su casa, mi pareja ya no lo soportaba, un aciago día, decidió que me abandonaba.   
Reconozco que con el tiempo le fallé a la Ofelia, me volví un ser egoísta y si bien nunca tuve, ni tendré una empresa, con lo cómodo y miedoso que soy ni en vidas pasadas integraría una de aquellas de conquista. 
Tampoco tengo fábricas ni trabajadores ni servicio doméstico, no solo porque hoy en día cada vez se me hace más difícil convivir con los demás, sino porque la única riqueza que poseo son unos cuantos libros, para nunca perder esa fea costumbre de querer impresionar, muchas deudas que pagar, no solo económicas, también de las demás, pero nada, ni siquiera un mísero peso de capital.  

Comentarios

  1. Propietarios, ser egoístas, capital... y la abuela Ofelia mirando desde algún lugar a los que siguen esperando el capitalismo popular. Abrazo Pepe¡¡

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