En el país hay una crisis de credibilidad, crece de manera proporcional al número de contagiados por Covid-19 diario. No se respeta a la autoridad, tampoco a la peste, no se cumple con la cuarentena, ni con el distanciamiento social. Pero así como no es creíble el discurso del gobierno, tampoco el de la oposición, se descree de los partidos políticos, de la CUT y ANEF; de las iglesias y los masones; de las feministas y los machistas, de los hétero y homosexuales; del profesor y del alumno; del juez, fiscal y policía; de los jóvenes, adultos y ancianos y, lo que es peor, de que los niños y los borrachos digan siempre la verdad. En tales condiciones poco sentido tendría un acuerdo social si a los actores políticos casi ni se les cree. Porque no creemos en nada, ni en nadie ni en nuestros compañeros de trabajo, ni el vecino o el lejano. No creemos en los padres, tíos, abuelos, ni en los hijos, sobrinos, nietos, tampoco en primos o hermanos; no se le cree a la pareja, ni a la ama
Crónicas, columnas, semblanzas y otras escrituras ideológicamente falsas