Tiene en parte algo de razón la hermana del Presidente Piñera, en
su carta publicada en El Mercurio titulada “¿Y
la ansiedad del señor Peña?”* porque una de las condiciones para todo buen
columnista debe ser tener algo de ansiedad, de otro modo, no existirían esas
esplendidas columnas que uno nunca se cansa de disfrutar.
Como
el columnista es un observador de la realidad, un hecho, palabra, actitud,
recuerdo o gesto puede gatillar en la mente del autor la columna semanal,
ahí entra en juego la ansiedad que no cesará hasta que la columna sea enviada
para ser publicada; su quehacer es un tanto desdichado, porque el proceso se
repetirá al día siguiente y así hasta que la mente diga ¡no va más!
Al
momento que el autor se apacigua, entra en desgracia y surgen las columnas frustradas,
porque no debe haber peor castigo para un columnista que leer una columna firmada por otro, que
él tuvo también en mente escribir.
Las buenas columnas instruyen, entretienen o exasperan pueden generar tristeza, alegría, e incluso envidia, más que persuadir, buscan impresionar.
Aunque de Sócrates en adelante se valora la libertad de expresar opiniones, los buenos columnistas son escasos y los mejores resultan ser malos políticos.
Las buenas columnas instruyen, entretienen o exasperan pueden generar tristeza, alegría, e incluso envidia, más que persuadir, buscan impresionar.
Aunque de Sócrates en adelante se valora la libertad de expresar opiniones, los buenos columnistas son escasos y los mejores resultan ser malos políticos.
Cuando
un columnista es atacado, no necesita que lo defiendan, tiene sus propias armas
para ello, y no son ni de fuego, ni blancas, sino su modesta pluma, ya sea una
Parker, como un birome, claro que en este milenio se opta por el teclado.
Porque
para escribir columnas “Hay que arriesgar”, dice un destacado columnista
chileno, en ocasiones resulta y en otras no, por ello durante el acto creativo,
frente al teclado, el columnista debe ser libre e imparcial, fiel a sí mismo o,
al menos, intentar serlo, porque a veces una elegante ironía o un sutil sarcasmo
suele mal interpretarse como, tomando palabras de Claudio Magris: “un escarnio acre
y presuntuoso”. Pero puede más dejar que corra libre la pluma, que preocuparse
si aquello seria conviviente o no escribir, independiente que se vivan tiempos en
calma, bajo temporales, en crisis social o de pandemia.
No
tiene sentido, entonces, exigirle a un columnista trasgredir su oficio y, como a todo el mundo, llamarle a colaborar y ponerse a disposición de un eventual fin social
ulterior, poco y nada se sacaría con ello, más aún si es sobredimensionar lo
que se puede lograr con 3.500 caracteres.
Puede también que la personalidad del presidente sea un vector de morbilidad, que haga que la ansiedad patológica sea un pelo dela cola... ¿vacuna para eso?... un fuerte antídoto hecho de democracia que pueda desenmascarar la censura tras el elogio de Magdalena
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