A menudo suceden acontecimientos extraordinarios en Natales, los que unidos al fantástico paisaje que rodea la capital de Última Esperanza hacen de la localidad un lugar fuera de lo común o, al menos, así lo crean los natalinos, entre los que, por cierto, me encuentro. Aunque los habitantes del pueblo dicen estar acostumbrados, su capacidad de asombro no tiene límites y son comentario obligado de los amigos mientras caminan por calle Bulnes o parados con la manos en los bolsillos en la esquina de Pivcevic o Chelech, o sentados en las bancas de la Costanera disfrutando del Cerro Ballena, el Montt, el Balmaceda, los Cisnes de Cuello Negro y flamencos o mientras esperan atención en el Cesfam del sector alto, porque queda en altura y no por clase social, ya que en Natales, aunque algunos quieran pensar lo contrario, eso de las clases es algo superado, todos descendemos de proletarios. Lo que para los afuerinos no serían más que meras anécdotas, aquí adquiere una dimensión especi
Crónicas, columnas, semblanzas y otras escrituras ideológicamente falsas