A menudo
suceden acontecimientos extraordinarios en Natales, los que unidos al fantástico paisaje
que rodea la capital de Última Esperanza hacen de la localidad un lugar fuera de lo común o,
al menos, así lo crean los natalinos, entre los que, por cierto, me encuentro.
Aunque los habitantes del pueblo dicen estar acostumbrados, su capacidad de asombro no tiene límites y son comentario obligado de los amigos mientras caminan por calle Bulnes o parados con la manos en los bolsillos en la esquina de Pivcevic o Chelech,
o sentados en las
bancas de la Costanera disfrutando del Cerro Ballena, el Montt, el Balmaceda,
los Cisnes de Cuello Negro y flamencos o mientras esperan atención en el Cesfam del sector alto, porque queda en altura
y no por clase social, ya que en Natales, aunque algunos quieran pensar lo
contrario, eso de las clases es algo superado, todos descendemos de
proletarios.
Lo que
para los afuerinos no serían más que meras anécdotas, aquí adquiere una
dimensión especial y pasan a construir
el vario pinto imaginario colectivo. Como
de seguro ocurrirá con lo que pasó ayer en una audiencia de formalización en el Tribunal de Garantía local, un tipo que
fue detenido por agresión declaró que
dormía con un amigo en la misma pieza y tuvo la pesadilla, espantosa por lo
demás, que lo atacaba un desconocido a quien le propinaba con sus botas una
golpiza de aquellas, cuando se despertó vio
a su amigo con el rostro ensangrentado, con fracturas y lesiones varias.
De
igual modo hace un par de semanas fue detenida una persona por traficar la psicodélica
molécula espiritual o DMT, esa que luego de consumirla dicen que uno tiene
contactos con seres de otras dimensiones, tal cual sucede con la Ayahuasca que desde tiempos inmemoriales se consume en rituales
ceremoniales por tribus amazónicas.
Si
bien esto último serviría como un etnográfico argumento legal de un astuto defensor
con el fin de librar de culpas a su cliente, bien pudiera resultar si no fuera
porque del Amazonas a Natales hay más de cinco mil kilómetros y el DMT se
vendía para carretes electrónicos al aire libre en los huertos del pueblo, a no
ser que se argumente que como en Natales cualquier evento puede pasar, hasta el
más inexplicable, como que el tipo que le aforró a su amigo podría afirmar
que su adversario era un ser fantasmal de aquellos que uno se topa con la molécula espiritual.
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