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Mostrando entradas de diciembre, 2018

Un periodista nato

Una imagen que vaga en mi memoria me suele visitar, sin que la invite, de manera frecuente, no deben ser más de la cuatro de la tarde, es otoño o   primavera, al caso da igual, estoy solo en la cocina de una oscura casa de cemento de un barrio de Pueblo Nuevo en Temuco, sentado en un rústico banco tipo sillón construido por el abuelo de mi hijo, un maquinista ferroviario jubilado que él solía llamar “El Banco Chile” -la influencia de la Teletón la segunda mitad de los 80 era patente- y que yo denominaba “El Trono” porque era su asiento preferido, cuando con su hija pretendimos iniciar una vida juntos nos lo regaló. Sobre la mesa, también fabricada por el modesto ebanista con humildes maderas de pino, hay unas cuantas hojas de oficio de papel roneo, en las que con un birome azul intento en vano escribir, cojo una damajuana que está a mis pies y vierto a un vaso, no sé si pipeño de aguas turbulentas que compraba en un clandestino de Santa Rosa o aguardiente chillaneja que me fiaba la

Diabluras

Si acaso el presidente Piñera tiene razón y, como él dice: "La izquierda promete el paraíso, pero nos va a entregar el infierno", es  de suponer que el canciller Ampuero advertirá con antelación al primer mandatario, en caso de que él quisiera, abstenerse de visitar China o Rusia, ya que sería un horripilante viaje por las tinieblas, porque Xi Jinping debe ser Lucifer, en tanto Putín,  Belcebú .

El modo Pavlov

Claudio, con ese tono fraterno que lo caracteriza, fue de los primeros en saludarme por mi cumpleaños “Felices treinta –dijo- ¡Ah, cómo te gustaría volver a tener 30!” remató, pero le contesté que no, que estaba conforme con mis 56. Y, de verdad, fui franco, porque si bien es fácil engañar a los demás, pero difícil engañarse uno mismo, yo a los treinta años era una piltrafa, los casi 84 kilos con que había regresado a Punta Arenas como por arte de magia se habían invertido a 48, no quedaba nada de masa muscular, si bien nunca la había tenido, por cierto; al lado mío un alfeñique de 44 kilos, era míster Átlas; los bluyines me bailaban, mis piernas eran un par de hilachas; como no quería que se pensara que me transformaba usaba los viejos bluyines talla 52 de siempre, nunca estuvo en mis intereses comprar unos nuevos talla 44, pero todo tenía su ventaja “Hola flaquito! me saludaban, los que no me conocían de antes. Mi voz era trémula y silenciosa, mis manos temblaban, no ha

Un peñiplás

El domingo me llamó don Juan desde Puerto Cisnes, al igual que yo se quedó toda la tarde pegado sin poder gozar del partido, pero disfrutando de los comentarios de los periodistas deportivos argentinos quienes se peleaban por ejercer el rol de agudos comentaristas, elucubrando sesudos análisis sobre cómo se les dañó el alma nacional con la ilusión frustrada de ver la gran final. Concordamos en que más que dialogar para llegar a puntos de encuentros, a los argentinos les gusta escucharse a sí mismos y, si de futbol se trata, más aún, el monólogo argumentativo es total; como se saben buenos narradores  sacan a relucir toda una batería holística de argumentos sociológicos, psicológicos, económicos, políticos, legales, antropológicos y, por cierto, deportivos, que pueden resultar hasta jactanciosos ya que no buscan dejar callado a su rival sino más bien deslumbrar. Pero en lo que no estuvimos de acuerdo fue en que según mi amigo de Cisnes, esa capacidad discursiva de los argentin