La culpa es de Roberto, Sandra ¡cómo si
no hubiera nadie más para ir a cubrir lo de Chihuio! Y no le dije ¡qué rico güena onda, vuelvo al
sur! Cómo de seguro piensas. Lo siento, Sandra, en la legal comadre, lo siento,
esta noche no va poder ser. Pero ni siquiera te interesó saber
a que iba y con un seco y sarcástico Oka, celavi cortaste la llamada.
Una
hora para llegar a Tur Bus e igual que siempre antes de viajar me atacan los
nervios. Calma, relax, relax, la
libreta, varios lápices, buen hábito copiado al profe Faundes, grabadora,
pilas, cassettes, ¿Está todo? ¿Falta algo? ¿No? A Chihuio sin todavía comprar
boletos. Salgo corriendo de la revista. ¡What
moment! Pasar por casa. Busco el citizen,
19:30. Bus a las ocho.
-Taxi, Taxi. Alameda 1200, puede ir más
rápido porfa. Me espera cinco minutos-
Ascensor en el octavo. -vamos, vamos,
baja, baja-.El uno se ilumina aprieto el siete. Miro el 704. Abro y el Caos.
Calcetines. Calzoncillos, hacia el armario. -¡La zenit!. Mierda se quedaba la cámara, ¿dónde están los bluyines? ¿una parka?- Por si las moscas. Otro portazo, y el séptimo continúa
iluminado.
-Al terminal Sur- Dioses a mi favor. El Lada surca la alameda santiaguina, sin
ningún taco. -Uff que cueva- -¿Cómo dice ?- musita el chofer.
Asiento quince. Walkman. Play. Salsa.
Sandra bailando en el Mary Calor. Sandra la salsa y Blades "a dónde van los desaparecidos ta, ta taaa y
por qué se nos desaparecen, porque no todos somos iguales". El
auxiliar del bus coloca una cinta
sin rebobinar y por enésima vez
me mamo Blade Runner, con la
secuencia final de Dick Recard
escuchando atónito a Roy Batty, el albino androide: “He visto cosas que vosotros no creeríais. Naves de ataque en llamas
más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta
de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de
morir”.
Y te escucho reprochándome que en el fondo eso
es lo que quiero, volver al sur, a ver los lagos, la selva valdiviana, al Mercado
Fluvial. Sí, prometo traerte jureles
ahumados y una foto del Río Calle-Calle en que
se esté bañando la
luna. Isla Teja. El Puente Las Animas. Isla Teja. Swenky y
Nilo. Sexual Democracia. Valdivia, Valdivia y sus güarenes. Valdivia, Neltume, Liquiñe, Chihuio y una mujer con abrigo negro y pañuelo blanco en la cabeza,
sostiene un gran retrato fotocopiado diciendo "mentes en blanco son nuestros recuerdos, con demasiado duelo para
tener imágenes, ángeles, demonios..."
-Señor, despierte llegamos a Temuco-.
Quizás,
te confesaré algún día que en la escala del bus en Temuco, bajé a llamar al
Víctor que trabaja en el Codepu de Valdivia, en el "Caso Chihuio", o
los 17 campesinos arrestados por una patrulla militar en octubre del 73, nunca
más se les volvió a ver.
-Aaloo,
¡Víctor!, Disculpa la
hora. Estoy en Temuco voy pa'llá, por lo de Chihuio-.
–Güena
onda te espero en el terminal y vamos juntos. Un consejo, sin cámaras ni
grabadoras jovie-. Pareciera escuchar tus gritos Sandra, que me hará mal, que puedo devolverme a Santiago y que si
me echan busco otra pega, que tienes amigos, que pueden ayudarme, que este viaje no nos hará bien, que no haga
tal de juntarme con el Víctor, que me ha
costado mucho salir adelante. Que piense un poco más en ti.
-Senkiu, te pasaste. Llego en Tur Bus a
eso de las diez, nos vemos y disculpa . -No te preocupís viejo, aquí te espero
pero llegai a los ocho y media guevón, cómo tan rápido se olvido del sur
hermano. -chucha tenís razón, ahí nos vemos se me está yendo el bus. ¡Tii.tii.tiiiii!. ¿Hermano? tiempos que no me decían
hermano.
No hay nada para la mente manito y ni siquiera
iremos por un shopito en el Paula. - No
alcanzamos a la vuelta loco, a la vuelta- sonríe cómplice Víctor.
Apenas
disfruto el paisaje, selva y precordillera. Nos esperan 170 kilómetros al
este de Valdivia. Pasamos por Futrono.
Llegamos a una bahía. Vemos el río Quimán con sus piedras grandes y
redondeadas. Bordeamos unos cerros hasta llegar al Puerto de Llifén, mis
asfixiados pulmones capitalinos inspiran dichosos la brisa lacustre. Seguimos
ascendiendo hasta el caserío de Curriñe. Camino polvoriento, viviendas
humildes de una vida de sacrificios arrancando a la naturaleza la madera. Chabranco ,
último lugar antes de llegar a las
termas de Chihuio. El escabroso camino es un largo túnel de árboles, nuestro
jeep es emboscado por el frente, costado y retaguardia por furtivos rayos de
sol. Varios me acribillan los ojos. Un ruido alborota la flora y fauna valdiviana, vuelan los
pájaros, arrancan las liebres, un zorro nos mira intrigado. El jeep avanza,
nuestro jeep.
-....Unos
Land Rover utilizaba la caravana militar, eran cinco en total y dos camiones
blindados-
En
la huella encontramos varios campesinos, dejan sus tareas, observan silenciosos
como si el fragor del motor los estremeciera trasladándolos a veinte años
atrás. El ambiente sobrecoge, Víctor toca la bocina, baja el vidrio saludando
alegremente a cada uno por su nombre, encauza las manillas del reloj.
Y es
casi como si tuviera una postal sepia del convoy del Coronel Sinclair saliendo
de Valdivia, del escuadrón del capitán Osorio con los Tenientes Ortega,
Rodríguez y Kéller, y sus 92
conscriptos viajando a Futrono de ahí a Llifén, Curriñe y Chabranco, a paso de
ganso hacia los fusilamientos para ser
premiados con un asado a orillas de una gran casa patronal, por su
patriótico trabajo con los cuerpos ya esparcidos, enterrados y olvidados, hasta años después
cuando doblemente desaparecidos, fueron exhumados y quien sabe dónde arrojados.
-¡Mira!
a la vuelta de esta quebrada llegamos a Chihuio-.
Un galpón del otrora sindicato
"Esperanza del Obrero", hoy Escuela Particular 48 de Chihuio,
habilitado para la
ocasión. Piso de tierra, paredes de madera ennegrecidas, techo cubierto de musgo, ingresamos por dos puertas entreabiertas, poca luz salvo que entre las rendijas de las tablas se
cuelan algunos rayitos de sol y los seis
candelabros encendidos que escoltan un ataúd de madera solamente cepillada, que reposa en
el fondo sobre unos caballetes, veinte bancas lado a lado dejan un pasillo al medio.
Ana Vergara, acompañada de
sus hijos, baja de una carreta. Viste un abrigo negro, lleva una foto en sus
manos, su cabello lo cubre un pañuelo blanco. La cabeza inclinada al lado
derecho. Ingresa al galpón. Se sienta en la segunda fila, rompe a llorar,
Rosendo Rebolledo, su esposo, yace en espíritu, dentro del ataúd. Un trozo de
paletó es su presencia. Era evangélico. Una notificación de presentarse al
retén fue su destino. Dejó siete hijos.
Una rótula de Daniel Méndez,
42 años, ve venir a Rosa, su mujer, que
con traje negro se acerca por el pasillo, el nueve de octubre del 73, mientras
reparaba la pana del tractor que manejaba, fue detenido por
la patrulla militar, el tractor continúa en pana.
Mirta Torres, pasa la mano por sobre el
ataúd. De 19 años para el Golpe no alcanzó a disfrutar la compañía de su esposo
Ricardo Ruiz, socialista, el nueve de octubre lo que quedaba de él después de
haber sido torturado por carabineros fue entregado a la patrulla militar,
dentro del ataúd, de Ricardo hay ¿quizás un botón?
Una comitiva de la Iglesia del Señor
acompaña a Narciso García, predicador de esta Iglesia, la noche del nueve de
octubre, en el fundo de Chihuio, los
percutados aleluyas del piquete fusilero corearon su última prédica.
La oncena titular del Deportivo "Juventud", acude a
despedir a su wing derecho, Eliecer Freire,
una jugada desleal, un penal no cobrado, un árbitro comprado y saquero
murmuran dos molares de Eliecer.
El galpón se hace chico para las
familias y sesenta y nueve descendientes
huérfanos desde aquel fatídico octubre.
Despiden al esposo, hijo, hermano, al amigo. Un ataúd es más que
suficiente para los Barriga, Pedreros, Salinas, Sepúlveda, Méndez, Vargas,
Durán, Mora padre e hijo, un ataúd, sólo un ataúd.
Llantos que humedecen el local, mujeres que
ríen nerviosas. Hombres, que no lloran,
se acercan a un mesón de vasos plásticos auspiciados por Coca Cola, pero toda
fortaleza sucumbe al humor vinoso y
viriles gemidos traspasan las tablas del galpón. La precordillera recoge el lamento, impregnado con ese dulce aroma vegetal húmedo, acostumbrada por años a confesar
en silencio los ruegos de estas
familias. Y una bruma triste ya cubre la fronda de los hualles, quiere chispear. Veinte manos intentan abrir el ataúd, sacan sólo una bolsita
negra de polietileno que contiene huesecillos, trocitos de género, dientes,
botones, una rótula, algunos cabellos. Un abrazado griterío doloroso retumba en
el galpón. De uno en uno los deudos se pasan la bolsita con los restos y
dieciséis papelitos con nombres de las
víctimas. No los devuelven hasta el amanecer.
El
verano está en su esplendor es el mejor febrero de lo que va corrido de los
noventa, pero nubes negras presagian lluvia. Desde el antiguo galpón del
"Sindicato Esperanza del Obrero", un cortejo se retira. Se pasa
candado a las puertas. Llueve, del interior parece escucharse una voz:
-Compañeros, se levanta la sesión-.
-Homo homini lupus, manito Homo homini lupus- pensando en voz
alta Víctor, quiebra nuestro hermético retorno a Valdivia. Me deja en el rodoviario, sin echarle nada a
la mente ni ánimo de un shop en el
Paula, enciendo mi fiel Life, tienes razón Sandra, soy un nostálgico
empedernido, en estos tiempos y seguir fumando esta porquería. La multitud
transita por la costanera, es la semana valdiviana, ya viene el corso iluminado
de la reina navegando por el río, estallan los fuegos artificiales, el tumulto me acorrala, trato de mantenerme
quieto, me empujan, voy contra la
corriente dicharachera sin disfrutar del carnaval a trote
zigzagueante entre los cuerpos hacia el
Tur Bus que está por partir, alguien a propósito
me tira challa a los ojos.
Incrédulamente
el mismo auxiliar vuelve a colocar la cinta de Blade Runner sin rebobinar, pero
ahora soy yo quien ha visto cosas que ninguno de vosotros creeríais y les aseguró que es mentira que en el Calle
Calle se esté bañando la luna, esta noche de gozo y diversión la luna
carnavalera llora.
-Querida Sandra, perdonarás algún día que
no trajera jureles ahumados del mercado
fluvial-
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