Un 21 de septiembre
de 1843 junto con la llegada de la primavera un grupo de inmigrantes chilotes
desembarcó de la Goleta Ancud y tomó posesión para Chile del Estrecho de
Magallanes.
De un tiempo a esta parte Puerto Natales, ubicado al noreste de la Región
de Magallanes, paulatinamente se está convirtiendo en una ciudad cosmopolita. En
temporada turística, de septiembre a abril, es común en las calles y plazas que
la fonética hebrea se confunda con la francófona, anglófona y coreana pero ausente
están, por extintas, los rítmicos sonidos de las lenguas originarias de los
canoeros australes.
Natales, al igual que toda la región, fue levantado por inmigrantes,
en especial chilotes quienes en busca de un futuro mejor abandonaron el
archipiélago y la Isla Grande para llegar a desoladas tierras ya sea trabajando
en faenas de campo en las estancias de la
Patagonia chileno argentina, o como jornaleros, carpinteros, pintores,
albañiles y mineros en el Yacimiento Carbonífero de Rio Turbio, Argentina.
Es que la Patagonia, hasta Comodoro Rivadavia por el
norte, fue poblada por las espaldas mojadas chilotas, así como sus primos
lejanos de Guanajuato son mayoría en California, USA; quizás por eso en Natales
proliferaron tanto las cantinas e, históricamente, el programa radial más escuchado
era: “Así se canta en México”.
Pero desde hace unos cinco años una nueva oleada de inmigrantes
morenos está cambiando el paisaje humano
natalino, es la nueva fuerza laboral que trabaja en el comercio, turismo o industrias
pesqueras.
John Jairo es uno de ellos, oriundo de Buenaventura llegó
hasta Natales arrancando de la violencia en Colombia sin más aspiraciones que tener
un techo, un plato de comida y tranquilidad,
huía de la violencia pandillera y evitar caer en las Casas de Picado, esos
lugares de descuartizamiento humano de su tierra natal.
Cuenta que primero estuvo en México, pero el remedio fue
peor que la enfermedad, allí dominaban los Capuchas Negras que, al igual que en
Colombia, gustaban trozar cristianos.
Hasta que un coterráneo que trabaja en Natales lo instó a
venirse al fin del mundo. Llegó al Aeropuerto Presidente Ibáñez, debía tomar un
bus para Natales pero se equivocó y subió al que iba a Punta Arenas.
El primer contacto con un magallánico fue con taxista que
por llevarlo al hostal, distante cinco cuadras del terminal de bus, le cobró
tres mil pesos; como John no conocía el peso chileno pasó su billetera al conductor
para que éste mismo se pagara la carrera, el chofer ni tonto, ni perezoso, se cobró con un billete de veinte mil y otro de diez mil pesos.
Ya instalado en el hostal llamó al amigo que lo había convencido
de venirse a Magallanes y quedaron de juntarse en las puertas de la catedral frente a la plaza,
cuando llegó allí, como no lo divisaba, lo volvió a llamar por celular, ambos lo
encontraron raro puesto que estaban en el lugar acordado así que decidieron levantar
las manos al mismo tiempo para ubicarse, repitiendo la acción una y otra vez, más
sería en vano uno estaba en la catedral de Natales y el otro en la de Punta
Arenas distante 248 kilómetros.
John Jairo suele contar sus desgracias con esa innata
alegría caribeña, porque pese al clima se siente bien en Natales, aunque reconoce
eso sí que algunos natalinos son un “tantico” discriminadores, como un jefe que
tuvo que lo hacía trabajar de sol a sol, fuera de no pagarle, darle de comer nada
más que dos panes y un vaso de yupi, lo maltrataba y andaba trayendo a patadas:
“Colombiano atorrante de mierda, narcotraficante, flojo, vuelve a tu país, le estás
quitando el trabajo a un chileno”, le gritaba, hasta llevó a un natalino para
que se entretuviera aforrándole al pobre colombiano, lo cual no sería nada
extraño considerando que a veces nos tildan de salvajes.
Pero el caribeño fue astuto y grabó en su celular los
insultos de su patrón, lo denunció en la Inspección del Trabajo, al final por cuatro meses de trabajo recibió 140 mil
pesos. Puede que su historia no sea la única considerando que Natales tiene la
tasa más alta de inmigrantes de la región.
Bienvenido Barrientos Cárcamo maneja un taxi que adquirió
luego de jubilarse como trabajador en Río Turbio, reconoce tener una mejor
pensión que sus compañeros que se jubilaron en Chile lo cual agradece pero,
para ello, se rompió el lomo trabajando al otro lado del alambre.
Comenta que lo peor de sus años en Argentina fue soportar
el menoscabo ya que si llegaba a caerle mal a un gendarme en la frontera o a un
jefe en la faena, lo andaban trayendo a patadas y, por cualquier cosa, lo
“chiloteaban” expresiones como: “Chilote atorrante de mierda, borracho, flojo,
volvé a tu país, le estás quitando el laburo a un argentino”, estaban a la
orden del día porque los chilotes en el vecino país eran mera fuerza bruta, al
igual los cabecitas negras o bolitas, la despectiva manera con que los rioplatenses
suelen refieren a los inmigrantes bolivianos o descendientes de los mismos.
Pero hubo un chilote que tuvo la astucia de pasearse por
los pasillos de la Casa Rosada de la mano de su amigo del alma Néstor Kirchner,
amasando fortuna y poder, es Rudy Ulloa, personaje del círculo de hierro del
fallecido presidente, todavía hoy, cuando se menciona su nombre, hay quienes lo
chilotean.
El último terremoto en Chile hizo que se moviera el piso hasta
en Buenos Aires, el diario Clarín destacó la templanza del periodista chileno
Ramón Ulloa para transmitir inmutable el instante mismo del sismo, el apellido a
varios les debe haber recordado a Rudy, no creo que sepan que también es
chilote, pero les quedó claro que el tipo es valiente.
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