Cada
cierto tiempo me topo con Bob Marley en Punta Arenas, la última vez fue una
mañana de martes en la esquina de Roca con O´Higgins y con el Estrecho de
Magallanes de telón de fondo, estuvimos casi media hora charlando, su tez
morena lucía pálida a causa del frio, eso sí andaba afeitado y de sus trenzas
rastafari no quedaban más que unos minúsculos rulos, a lo mejor por culpa del
viento.
Siempre es agradable conversar
con Bob, más, todavía, para mí que apenas emito guturales monosílabos, se le
veía feliz y desatado por la futura legalización de la marihuana.
Como otras veces,
cariñosamente, se burló de mí y de mi conservadurismo hipócrita, porque soy de
aquellos que fumó, y no de los que dicen que sólo una vez y no le gustó, sino
al contrario, así como Scott Kelly hace poco se convirtió en el astronauta
estadounidense que pasó más tiempo en el espacio, yo estuve a un tris de
cumplir una década volado hasta que tuve que aterrizar, no tiene caso
preguntarse si fue a tiempo o no.
Cuando le dije que si bien
somos libres de hacer con nuestro cuerpo lo que se nos antoje, pero al legalizarla
subiría el nivel de consumo y tendríamos problemas, además que debería
modificarse la ley de tránsito porque habría que castigar a los que manejen
curados y/o volados, Bob me dio sus razones históricas y sociológicas de lo
negativo de la prohibición.
“Yo manejo mejor volado”,
dijo. Algo debe tener de razón, porque cierta noche que salimos en su
auto, andábamos volados y curados y, por suerte, llegamos a destino
ilesos.
Concordamos que la marihuana
altera la realidad, pero: “La realidad no es más que un constructo social, y
eso tú debes saberlo”, me reprochó. “No podemos vivir sin drogas, las drogas
han estado siempre, son parte de la cultura del hombre”, reflexionó en voz
alta. Le dije que, por supuesto, pero igual hacen daño,
¡A ver, nómbrame un
estudio donde diga que la marihuana causa una enfermedad!, ¡uno sólo! ¿Qué te
pasa?, ¡Ah, te quedaste callado! ¿Te cuesta encontrarlo, cierto?, inquirió
triunfante.
Por el contrario argumentó que
la yerba sirve hasta para curar el mal de ojo y que una doctora israelí
descubrió que sirve para sanar el cáncer. Cuando le pedí que me diera el nombre
de tal galeno, me dijo que lo googleara; pasa que la oratoria de Bob es
convincente y extraordinaria.
De Bob admiro su carácter under, eso de estar fuera del
sistema, porque lo que es yo cuando intenté vivir casi al borde, me fue más
bien mal, pero, sobre todo, envidio su agilidad reflexiva cuando inicia un
debate es implacable tiene una partida más rápida que Usain Bolt y similar a la
del equipo olímpico jamaiquino de Bobsleigh, su tenacidad mental la
puede mantener durante toda la discusión.
Me comentó que está abocado a
un estudio para enviárselo a los parlamentarios pro legalización y a Ana María
Gazmuri de la Fundación Daya, donde argumenta que como el proyecto de ley
permitirá el autocultivo de seis plantas de marihuana, alcanzaría para poco más
de dos pitos diarios durante todo un año.
Sin embargo, en Magallanes,
esto sería menos aún porque como los cultivos son indoor la
cosecha se reduciría a un cuarto de la del norte, quedando en unos 70 gramos
por planta, ello por la escasez de sol y suelo fértil, con lo cual se estaría
discriminando al consumidor magallánico por lo que, no por ser goloso, pero
debería permitirse un autocultivo regional diferenciado o, con derecho a zona,
con unas 24 plantas serían suficientes y quedaríamos a la par de los nortinos.
Su defensa de la cannabis
culminó con que: “Propicia la interacción humana porque si yo no me hubiera
fumando uno esta mañana, ni cagando me detengo a conversar contigo”, me
dio un abrazo, se dio media vuelta y lo vi alejarse con dirección a la
costanera, de espaldas lo encontré más guatón, debe ser por el bajón del
hambre, noté que llevaba un diminuto moñito con un cole verde, amarillo y rojo
y me pareció que las olas del Estrecho comenzaban a entonar Kaya, de Bob Marley & The
Wailers.
(Noviembre 2015)
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