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Un chozno de Williams Low en Natales

 A quienes gustan sacarnos pica con eso de que a los natalinos el Cerro Dorotea nos tapa la visión del mundo, suelo no hacerles caso, más aún si discrepo profundamente de aquello, pues, en lo que a mí concierne, por ejemplo, sé, si mal no recuerdo porque lo vi por National Geographic Channel, que existe en las islas británicas una antigua leyenda popular transmitida de manera oral de generación en generación y que habla de que el carácter de un antepasado se repetirá en uno de sus choznos. 

Mi madre me contó que mi abuelo, Octavio Díaz Low, alcanzó a tomarme en brazos cuando yo tenía 6 meses, imagino que cultivando eso del bajo perfil de siempre, quizás por el estigma de apellidarse Low (humilde o bajo en inglés), me miraría silencioso con su callado anarquismo obrero, antes de que su delirante afición a los puzzles y una arteriosclerosis galopante lo llevaran a extraviarse en la pampa del frigorífico nuevo de Natales. Casado con Ofelia García Alderete, era hijo de Carmen Low Garay, una chilota gringa de ojos verdes que tuvo con su primer esposo -tempranamente fallecido en el mar- tres hijos: Almagro, Bautista y Octavio, y que para los sucesos de 1920 en Natales, se cuenta que la diabla cerró su boliche de venta de vino para ir fascinada a cargar los rifles de los revolucionarios. 

Fue, precisamente, mi difunta abuela Ofelia la que me visitó en sueños contándome que los ancestros de mi abuelo eran indígenas, más un email del poeta Hugo Vera, consultando por Bautista Díaz Low, hermano de mi abuelo, lo que me motivó a escudriñar el pasado no siendo yo diestro en la ciencia historiográfica y estando muy lejano mi amigo historiador el Cunco Iván Inostroza, para brindarme sus sabios consejos. Pensé, primeramente, en seguir la sugerencia del amigo Mattioni, otrora director regional del Servicio de Registro Civil e Identificación, y acudir a las fichas microfilmadas de las actas de bautismo en Chile que tienen los  mormones, con las cuales casi de manera gratuita uno puede hacer su árbol genealógico. Desistí, inmediatamente, más por prevención que por temer a la escatología, sabiendo que los fieles a José Smith acostumbran pedirle a uno como parte de pago que otorgue el permiso para bautizar en su clero a los difuntos, me inquietaba que las almas de mi parentela fueran un tanto iconoclastas y podrían venir todas las noches a tirarme las patas.

Así, a falta de fuentes orales vivas y poco acceso a las documentales, hube de sumergirme en la vorágine googleana. Encontré que su bisabuelo fue Williams Low, un lobero inglés que repartía su tiempo entre las Malvinas, los canales patagónicos y las islas del Archipiélago de Chiloé y que por su destreza y conocimiento de las mareas, fiordos y canales del Estrecho de Magallanes, fue contratado como piloto práctico, ayudando en las dos Travesías de La Beagle por los canales del Sur comandadas por Parker King primero y por Robert Fitz Roy después, incluso a este último, dicen algunos vende en Malvinas su Goleta Unicorne (Capricorn, según otros), transformándola Fitz Roy en la Adventure. Se sabe que en el viaje hace amistad con Charles Darwin, quien con esa novel curiosidad estigmatizadora registra como veracidad científica un cuento que Williams Low, en esas frías y oscuras noches de tempestades con ese humor británico y por el puro gusto de asustar a los marineros, les relataba: “Yo, por mi experiencia de lobero, conozco el lugar donde vamos y sé que allí los hombres que se llaman a sí mismos yámanas son salvajes caníbales, en invierno y los tiempos de hambruna se comen a las viejas, las cuelgan sobre un fuego de madera totalmente verde y cuando se encuentran casi totalmente asfixiadas son ahorcadas, descuartizadas y comidas con glotonería. Los yámanas se comen a las viejas y no a sus perros porque éstos les sirven para cazar nutrias y las viejas no les sirven para nada”. 

Era el mismo Williams Low que vivió también un tiempo en Puerto del Hambre y que había conocido a Bernardo O’Higgins, en la guerra de la Independencia, y a quien el prócer desde el exilio en el Perú se referiría en su última carta a Chile, como a quien era necesario ubicar en Chiloé, pues era el único hombre capaz de comandar la expedición que tomaría posesión chilena en el Estrecho de Magallanes, pero cuando llegaron a buscarlo el año 1842 hacía dos años que había fallecido. ¿Y si el devenir histórico fuera posible cambiarlo?, entonces al viejo lobero Williams Low no lo habrían encontrado muerto, comandaría la Goleta Ancud, siendo por ello recordado en Magallanes, la leyenda británica sería cierta y yo, su chozno, tendría también un carácter memorable, sería famoso y aparecería mi nombre en negrilla en el libro “Natales, 100 años de historia”. 

A Octavio, Bautista y Almagro

Comentarios

  1. Qué buena historia...! Un poquito más y aparece mi abuelo León Fernández, capitán de la marina mercante de Chile... ¡Gloria de Galicia!, diría mi hermano Fernando Ferrer.

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