Recreo

 Hábitos y costumbres forman parte de la idiosincrasia, un extranjero con solo observar cómo nos comportamos, podría conocer cómo pensamos.

Las hábitos sociales se aprenden en el núcleo familiar y en la escuela, porque es en gran medida en el colegio donde se socializa al salvaje y se le enseña a comportarse consigo mismo y con los demás.

Como la educación es formalizada, rígida, estructurada y ningún salvaje  soportaría prestar atención más allá de 45 minutos encerrado en un aula, se instauró el  recreo, 10 o  15 minutos de liberación para dejar aflorar al bagual que llevamos dentro.

Todos recordamos cuando tocaba la campana del recreo y salíamos grtitando a los pasillos o el patio del colegio a gozar nuevamente de nuestra libertad; los más osados y traviesos rebeldes esperaban un descuido para escaparse a comprar un rocoso dulce al turronero o volver al aula masticando una manzana confitada.

Ya en el liceo, como la rebeldía va en lanza, a fines de los setenta los alumnos del Liceo de Hombres Luis Alberto Barrera  de Punta Arenas cumplíamos con la noble tradición de escaparnos durante uno de los recreos de la jornada matinal para ir al almacén de Ivanovic a comprar un canapé.

El almacén estaba ubicado en la calle Quillota 599, esquina Mexicana al lado del puente del Rio de las Minas. Allí el austriaco Ivanovic nos preparaba el sabroso canapé con un cuchillo carnicero que siempre tenía manchas pardo rojizas porque también lo ocupaba en la carnicería que funcionaba en el local.

Como quien abre un pescado abría la enorme marraqueta le colocaba tres rodajas de  fiambre  y tres cucharadas con pasta de Ají JB con pepas, ése que los antiguos almaceneros tenían en latas de manteca, después nos decía en cuántas partes lo queríamos, por lo general era en tres porciones, a no ser que un paracaidista se colará.

Casi siempre encontrábamos las puertas del liceo sin llave, era cosa de abrirlas y salir en busca de nuestro saludable y orgánico desayuno, tal cual los funcionarios de las oficinas, comercios y servicios del sector céntrico acudían, y todavía acuden, al Kiosco Roca a engullirse pancitos de choripanes acompañados de leche con plátano.

Porque la figura del recreo subsiste también en el ambiente laboral, hoy con el nombre de pausa activa, mientras que en seminarios se prefiere la siutiquería del coffe break.

Pero es en el ambiente educacional, donde el nombre de recreo reina, es la instancia  para chutear un balón, jugar al corre qué te pillo, una manito de truco, fumar un pucho, aunque ahora se prefería un porro.

Un grupo de  creativos alumnos del Internado Nacional Barros Arana (INBA) de Santiago, tiene el peculiar hábito que al escuchar el blandir de la campana que anuncia el recreo, salen a tirar piedras a un cuartel del ejército que tienen cercano.  

Es casi que la campana fuera el toque de diana que los llama a combatir  en una batalla imaginaria contra sus vecinos castrenses.

Como los malos hábitos se copian el comportamiento de los jóvenes del INBA, se debe frenar o por lo menos modificar, para evitar lesionados que lamentar.

Porque todo tiene límite, por más que se piense que lo de los jóvenes del INBA es un hábito contracultural o expresión de una rebeldía social que no se puede controlar.

Ahora bien si los muchachos necesitan manifestarse y liberar sus incontrolables pulsiones juveniles, sería preferible que durante el recreo vayan a tocar el timbre del cuartel y después escapen; eso sí quedan advertidos que si los pillan serán llevados a la inspectoría del colegio, con una anotación negativa en el libro de clases y citación a sus apoderados, lo que a ese grupo de alumnos debe importarle bastante, supongo.