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Constitución hippie

 La añeja izquierda  chilena no comulgaba con “La revolución de las flores” a los hippies los veía como “niñitos de bien que jugaban a portarse mal” escribió Eugenio Lira Massi en su crónica “Para los que entiendan”, además de catalogarlos como  “mugrientos”, “melenudos”  que se reunían en Los Dominicos para “manosearse y fumar marihuana a vista y paciencia de los espectadores disfrazando toda esta promiscuidad de “enajenación, de “protesta”, de “alienación” y de otros términos igualmente antihigiénicos”. (Eugenio Lira Massi, El hombre del momento, Colección Vidas Ajenas, Ediciones UDP, 2013)

Pero el hombre propone y el Padre Sol dispone, medio siglo después los hippies parecen triunfar y no lo digo porque en su momento la CAM se refirió al Frente Amplio como “la nueva izquierda, hippie, “proge” y “buena onda”, ni tampoco  porque algunos convencionales propusieran que las Fuerzas Armadas pasen a llamarse Fuerzas de Paz, resucitando lo del lema hippie “Haz el amor no la guerra”, quizás.

A lo que me refiero es que la nueva constitución consignará los derechos de la naturaleza y de los animales, y como los convencionales no creo que sean beatos de San Francisco, la influencia del movimiento hippie se torna evidente.

Aunque “chalados hay en todos lados” expresó el filósofo español Fernando  Savater cuando le preguntaron al respecto, creo que debemos tomarnos el tema en serio y acostumbrarnos a que el agua y la tierra sienten, para ello comenzar por ver la serie El Avatar del animé japonés, es lo adecuado.

Más aún si todos, en algun momento de nuestras vidas hemos sido un poco hippies, quién no usó pelo largo, pañuelo al cuello, chomba "artesa" o un morral artesanal de telar para llevar cuadernos, me incluyo, tuve uno de cáñamo sacado del molde de un libro de macramé que fotocopié, pero no guardaba libros ni cuadernos, al ser de cáñamo, lo lógico era que guardara porros, bien bonito y original ese morral, lástima que con los años me aburguesé y lo extravié.

Si concordamos que el agua y la tierra son seres sintientes, los convencionales deberían tomar en cuenta que otros elementos vitales como el aire y el fuego, también lo son, es cosa de escuchar al viento y ver cómo en la hoguera les gusta danzar a las llamas, ahora si se quiere ser más avanzado, agregar el éter, aunque esto suene muy volátil.

Pero que aire y fuego sienten no es una idea nueva, ya lo plasmó Pablo Neruda en su Oda al aire:

“Yo le besé su capa de rey del cielo, me envolví en su bandera de seda celestial y le dije: "Monarca o camarada, hilo, corola o ave, no sé quién eres, pero una cosa te pido, no te vendas"

En tanto en su Oda al fuego escribió:“Descabellado fuego, enérgico, ciego y lleno de ojos, deslenguado, tardío, repentino, estrella de oro, ladrón de leña, callado bandolero, cocedor de cebollas, célebre pícaro de las chispitas, perro rabioso de un millón de dientes.”

No podemos, entonces, ir contra natura, sería discriminatorio no consagrarles también sus derechos, de lo contrario, la Primera Línea, a su modo,  nos lo cobrará porque “el pueblo es un adorador nato del fuego”, dijo Baudelaire “de fuegos de artificio, incendios, incendiarios”, agregó quien era “El rey de los poetas”, según Rimbaud (Charles Baudelaire, Mi corazón al desnudo y otros escritos íntimos, Colección Vidas Ajenas, Ediciones UDP. 2015)  

Aunque el texto constitucional quede un poco extenso, nadie podrá negar que la nueva constitución será la más inclusiva, hippie, poética, y surrealista del mundo o, si se quiere, del universo y más allá.

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