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Viaje al Temucuicui profundo

Un sociólogo con quien me reuní, me dijo que según mis escritos tengo una visión crítica de la situación en La Araucanía. 

Juro que en lugar de sentirme halagado que al menos leyera lo que escribo - aunque sea a la rápida en el celular o quizás en el baño, antes de la siesta o al acostarse para quedarse dormido, lo que por normas de cortesía no pregunté- lo que sentí fue vergüenza, no sé si él notó que me ruboricé, porque con esto de la rosácea lo pude disimular, ya que a quién le pudiera interesar lo que a mí me da a veces por opinar.

No es arrogancia, entonces, si comento que a fines de los noventa yo sí entré a Temucuicui, fue un  25 de diciembre o 1 de enero, así como los años nublan mi vista cercana, también mi memoria lejana y fue Yislén que me lo recordó cuando escuchó la noticia que a la ministra del Interior Izkia Siches, el viaje a Temucuicui se le frustró.

No puedo afirmar que fue el caso de la ministra, pero  lo mío pecó de esa irresistible impulsividad que da la juventud, porque tenía yo entonces 38 años de edad y Siches ahora va recién por los 36, es que hay quienes tienen maduración tardía, mientras lo que en unos es un proceso rápido y natural, en otros es lento u obligado o, de frentón, nunca llegan a madurar, hasta el día que me despida de este mundo me preguntaré si acaso maduré porque el síndrome de Peter Pan no quisiera imitar. 

Aunque nunca fui mochilero, ni puedo distinguir los cuatro puntos cardinales, pensaba por esos años que solo con proponérmelo podría derribar muros y llegar a cualquier lado, colaboraba en el periódico institucional de una ONG mapuche, el día antes me habían invitado a una comunidad del sector Temucuicui, pero por timidez me había excusado, como soy indeciso, me arrepentí al otro día y acudí temprano a la oficina para acompañarlos, resultó que los peñis se había marchado, me propuse llegar solo y aunque del territorio mapuche profundo solo conocía un par de comunidades aledañas a Temuco de cuando trabajé para un censo de comunidades mapuche a fines de los años 80, estaba seguro que a Temucuicui llegaría y a lamngen y peñis sorprendería.

Pero confundí los nombres de la comunidad y me extravié, tomé la micro para el lado de Traiguén y después tuve que pagar unas monedas al chofer de una camioneta para que por pedregosos caminos interiores al menos me acercara al sector. 

Sin tener brujula ni mapa, aunque los tuviera no sabría interpretarlos, igual llegué a una comunidad  donde había una actividad ceremonial, pero mis amigos peñis no estaban, los comuneros me miraban desconfiados y me empecé a inquietar, cuando me preguntaron qué hacia por allí, consulté por los peñis de la ONG, que si bien conocían no se encontraban, para corrobar que lo mío no eran malas intenciones mostré la cámara, grabadora y el periódico indígena donde salía mi nombre.

Como percibia en el aire cierto malestar y no estaba yo para una nueva version del cautiverio feliz, me aparté silenciosamente del lugar con el cuidado de no interrumpir el nguillatun, ni menos fotografiar. 

Caía el atardecer y me esperaban decenas de kilómetros de caminata hasta el pueblo más cercano donde tomar la locomoción de vuelta a Temuco. Resignado, oscurecía rápido y me empecé preocupar, rogaba que haya luna llena y noche estrellada, porque tendría que pasar la noche solitario en medio del walmapu profundo, me podría topar con el Chonchon o con alimañas y otras bestias que durante la oscuridad nocturna deambulan en tan recóndito lugar, muerto de miedo y esperando el ocaso avanzaron hacia mi dos luces, pensé que era el Anchimallen y quise correr, pero quedé paralizado, resultaron no ser más que los focos de una camioneta que gentilmente me levantó y tendido en la parte trasera recorrí el camino a cielo abierto tiritando al titilar de las estrellas, llegué hasta Traiguén, de ahí regrese en un bus a Temuco, donde le conté a Yislén lo que me sucedió.

Al otro día fui a la oficina  de la ONG, para mi asombro los peñis me recibieron riendo y sin siquiera relatarles mi odisea me dijeron que estuve a punto de ser retenido por miembros de la comunidad porque les dio mala espina que un winka se apareciera por ahí y que me salvo el periódico, pensé si acaso era verdad que los mapuches se comunican en sueños, pero no fue sino que algunos miembros de Temucuicui habían llegado temprano a la ONG y relataron el hecho.

Soporte estoicamente las bromas “¡Oiga, peñi! ¿cuándo irá otra vez a Temucuicui?”, me decían, de ahí en adelante me prometí que nunca más me dejaría llevar por  la impulsividad y antes de visitar el wallmapuche profundo acaso es más seguro reunirse con mapuches urbanos.


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