Caerá un ocaso en el tercer milenio.
Caerá en el fin del mundo. Caerá la noche infinita en los pesados, cansados y
ancianos ojos de Cristina Calderón.
Con sus atuendos viajeros, unos cestos
de junquillo, pieles de nutria, conos de foca y pieles de zorro, algunas varillas de calafate y un
collar de barbas de ballena.
Se encenderán 70
fogatas desde Villa Ukika, en Cabo de Hornos, anunciando su partida. Y un
silencio abismal cubrirá el horizonte del cementerio insular de Bahía Mejillones.
Callarán los
mares. Callará el viento en los canales patagónicos australes. Callarán toninas
y chungungos. Callará el Fio-fio, los petreles y los cormoranes.
Callarán nubes y tempestades. Callará el ñirre, el coigüe, el canelo. Callarán
el junco, el coirón, la nieve, el sol. Témpanos y ventisqueros. Callarán
cerros, montes y montañas. Callarán riscos, bahías, olas y mares. Callarán
conchas, cholgas, centollas y bacalaos. Al callar alejarán los
últimos vestigios de las cacofonías irrepetibles de la fonética musical de
Cristina Calderón, la última hablante nativa Yagán. El decir
silbante, de rítmicos sonidos, se alejará, silenciándose otra vez.
Un majestuoso
arcoíris doble que se vio al sur de Punta Arenas el día anterior fue el
presagio. Tal como antaño, cuando robaron a Watawineiwa, el “Gran
Padre” Yámana” cuatro ancestrales onomatopeyas fueguinas “para
conseguir los beneficios de la civilización”, para navegar en la “Beagle” junto
a 40 hombres blancos, dos cocineros, un burgomaestre, al mando del joven teniente Robert Fitz Roy. Sortear el Cabo de Hornos y llegar
a Inglaterra a dieciséis días del Día de Todos los Santos de mil ochocientos treinta.
“Para presentarlos
a sus majestades, con ello esperamos darle oportunidad a estos seres de conocer
la civilización Ellos han venido sin oponer mayor resistencia, salvo el hecho
de no poder lograr acceder a vestirlos como la civilidad y las buenas
costumbres mandan”, anota el joven Fitz Roy
en la bitácora de viaje.
-¡Boat Memory,
Jemmy Button, York Minster, y tú, mujer, Fuegio Basket!- sonidos
de labios rosáceos y caras mortecinas retumbaban en los cautivos tímpanos nativos.
- !Boat Memory, Jemmy Button, York
Minster, y tú, mujer, Fuegio Basket¡- les
repiten los ojos acielados.
“Contábamos que
para la ceremonia de bautizo lograríamos vestirlos, pero ha sido inútil, se han
empecinado en lucir su desnudez, hay algo en ellos que me atrae y trataré de
dedicarme todo al viaje a comprender cómo han logrado sobrevivir en estos
lares, tan alejados de la civilización y en condiciones climáticas y materiales
tan agrestes, permaneciendo en ese estado saludable e independiente de la
existencia.”, escribe el oficial inglés
-Son bestias-
un rumor occidental recorre de proa a popa el bergantín.
La inexpresión
comulga en cuclillas en los cuatro mentones gruesos y ocho miradas negras,
pequeñas y agrietadas. Se dirigen a lontananza, incólumes, sólo perturbados
para coger un pedazo de pescado y masticarlo durante horas.
-Pasan mirando por
la proa, cuando divisamos algunas tierras. Pienso si quizás no hemos cometido
un error arrancando a estos seres de su ambiente natural, me inquieta de igual
modo cuál es la manera de pensar que les ha dotado el creador, si recuerdan a
sus parientes, sus hogares...- reflexiona
Fitz Roy, mientras en vano intenta comunicarse con ellos.
El mar abierto
detiene a una veintena de pequeñas embarcaciones de alerce o coigüe, de no más
de dos metros de largo que, junto a toninas y lobos, escudaron el trayecto por
los canales al gran bergantín inglés.
La inquietud
comienza a apoderarse de los forzados polizones nativos. No es producto de los puercos
que se les acercan, sino del hecho de que ya no se divisa tierra, menos aún las
ovaladas chozas de toldos, cubiertas con cueros de lobo marino y ramas livianas.
Sólo se aprecia apenas el retazo humoso desde las canoas.
En cuclillas los
hombres levantan el arpón de huesos de lobo de mar y lo mantienen en forma
diagonal. La mujer mastica un pedazo de piel de nutria. Las gaviotas, focas y
lobos, rompiendo el oleaje o sumergiéndose alegres en el bautismo helado del
Canal Beagle, se devuelven tras las canoas. El agua salada resbala por
el lomo de los mamíferos acuáticos. Un líquido viscoso se pierde con la espuma
de las olas, similar al líquido que se escurre por el rostro de los únicos
tripulantes morenos de la “Beagle”. Mientras el viento sacude el
velamen, la lluvia y el frío resbalan por el sudor de sus rostros y
un humor oleaginoso se apodera de un costado del barco.
“Son gentes de
mar, pero según pudimos apreciar nunca salen a mar abierto. Sus hogares son sus
embarcaciones, canoas hechas de piel de foca. Todo transcurre en ellas, quizás
es aquello lo que siento que me une a ellos, nosotros hemos pasado casi cuatro
años a bordo de la Beagle. Les gusta juguetear con los puercos que hemos criado
desde que zarpamos de Inglaterra, pero cuando más se alegran es cuando divisan
en los canales las focas y lobos. Estos últimos parecen emitir sonidos y
saludarlos, con estos animales comparten y despiden el mismo olor. Nos
percatamos, cuando los conocimos, que junto con beber desde pequeños un
aceite que extraen de las focas y lobos también refriegan sus cuerpos en ellos,
por lo que continuamente emanan un olor pestilente y transpiran un sudor
viscoso muy peculiar, independiente de las inclemencias del tiempo. No son
hermosos, sino toscos, rudos y bajos, su estatura sobrepasa apenas el metro y
medio, sus pómulos tienen llagas y la piel morena y curtida, pero espero que
sean respetados por la alta sociedad científica londinense ante quienes
queremos presentarlos. Se muestran sorprendidos al salir a mar abierto. Confío
que para la gracia de nuestro rey logremos tenerlos en buen pie a nuestro
arribo a Londres, para ello lo hemos alojado en el pañol. A pedido del capitán
he dado expresas instrucciones a la tripulación de que no sean molestados y
sean bien alimentados. Siento verdadera compasión por las condiciones inhumanas
y rústicas con que ha designado el creador a estos seres. Es de esperar que
cuando lleguemos a Londres podamos ya haberlos convencido de vestir
humanamente, de no ser así espero que la gracia y el buen entendimiento de sus
majestades lo comprendan. Nuestro cocinero comenzará a remendar cuatro levitas
y zapatos para la ceremonia de llegada”, registra
Fitz Roy
La costumbre y el encierro de los largos meses de travesía hace que los indígenas respondan de algún modo a sus nuevos nombres, el zurdo, que se llama Aneekeen, contesta cuando le dicen Boat Memory; Ellataru, conocido en su tribu como pierna marcada, ahora es York Minster. A la pequeña Yokcushlu se le nombra Fuegio Basket y Orundellico, de habla tenue y sutil, es Jemmy Button. Los cuatro observan brumas en la lejanía. Ante sus ojos asoma una ciudad gris. Es Inglaterra indica Fitz Roy a Orundellico. O, mejor dicho, a Jemmy.
“Jemmy, acercaos
un momento”- indica Fitz Roy al indígena. “Observad esas brumas en la
lejanía”.
Luego de seguir
con la mirada el brazo extendido del joven marinero más allá de su delgado
índice, Jemmy divisa pequeños riscos que comienzan a asomar desde la
bruma, junto a algunas construcciones. De éstas emana un humo que forma
una gran nube sobre la ciudad. El aroma de piedra quemada comienza a llegar
hasta la “Beagle”. Tal vez hay algo similar a sus tierras -piensa Jemmy-;
existe el mar, el cielo gris y el frío acostumbrado, sólo la neblina
desconcierta un poco. Y el olor, ese olor a carbón quemado que parece conocido
y lo lleva a la infancia, cuando jugueteaba entre los islotes y encontró varias
piedras negras, que después caerían accidentalmente al fuego de su canoa y
encenderían un calor rojo, mucho más cálido.
Sí, parece un
aroma familiar. Pero no sólo Jemmy reconoce algo. También los demás
hombres, siguiendo a su compañero, se han parado y observan la llegada a la
bahía, que se extiende de lado a lado de la bruma.
- La Gran Bretaña.
Hemos llegado por fin. Estáis sanos y salvos, no hay nada que temer- les
dice Fitz Roy, abrazándolos, San Jorge y el Dragón dicen welcome desde
un pendón del muelle.
Cargando sus
pieles de foca, gorros cónicos y taparrabos de guanaco los cuatro cautivos descienden de la “Beagle”.
Ojos inquisidores repletan el puerto. Los bobbys sorprenden a los
morenos visitantes, que ven extrañados esos uniformes, como si fueran una imitación
confusa de sus tatuajes iniciáticos.
El gentío de frac
inunda la urbe industrial. En un sillón con cojines de plumas de pavo real de
Oceanía y sedas de la India reposa Guillermo IV. Una reverencia indígena torpe
provoca risitas de marquesas y aristocráticos saludos de rapé. Un pañuelo
protege la nariz de la condesa de los bárbaros humores de cíclopes, gigantes,
enanos, benditos y otros malditos, recolectados en varias latitudes para el monarca ¡Dios
salve al Rey!
Llegó temprano a
la Sociedad Científica y Naturalista Británica. Es impetuoso y racionalista. El
hombre desciende del mono -dicen que ha dicho. Qué mejor
prueba para demostrarlo que la presencia de estos cuatro yámanas, reflexionan
las inquietas neuronas de Darwin.
Largos paseos por verdes campiñas. Cortados
sus cabellos, extraída su sangre, trasladando células a un mundo microscópico.
Darwin anota, registra fecha. Escribe, escribe y escribe más: “Estatura
hombres 1 metro 60 centímetros, hembras 1 metro 47 centímetros; tronco largo,
fornido. Piernas, cortas, débiles. Subsistencia, pesca, caza. Recolectores
nómades canoeros de maderas cocidas entre sí, equipaje arco y flecha, arpón,
puñal y lanza, honda de cuero, horquillas marisqueras, cuchillo pedroso, cesto
juncoso”.
Como Darwin
intenta conocer las vivencias domésticas de los kawésqar y yaganes en sus viviendas
abovedadas hechas de pieles loberas, solicita a Fitz Roy asegurarle un camarote
en el segundo viaje que hará la “Beagle” por los mares del sur. Entusiasmado,
quiere probar una hipótesis sobre la creación humana, aunque respecto de los
indígenas escribe: “Jamás he conocido seres más abyectos ni más
miserables”. Según él, qué más se puede esperar de “seres
inferiores y en estado evolutivo primitivo”. Y a la duda sobre su condición
de humanos le seguirá una certeza: “No pueden desarrollar una
actividad mental superior”.
Pero los cuatro fueguinos no sólo conocerán el germen del evolucionismo darwiniano. Conocerán también al
otro, al virulento, oculto, recóndito, silencioso y tránsfuga. Un hombre kawésqar yace impotente ante el calor y la picazón que recorre su cuerpo. Desesperado,
apenas puede gritar y desvanecerse. Es Boat Memory, comenta el
marino Fitz Roy al científico: ¡Varicela!
Fueron quince
soles y quince lunas. Su cuerpo burbujea. Las bacterias consumen voraces
la piel virgen de Boat Memory que, tendido en un islote de coirón, sueña
con bosques de ñirres y canelos, bucea desnudo acompañado por unas nutrias,
lobos de dos pelos le aletean, lo deslumbra un cerro sumergido de cholgas. No
hay fogatas que anuncien su partida.
Jemmy Button
y York Minster visten levitas. Fuegio Basket tul negro y encajes
grises. Charles Darwin fuma su pipa y acerca su oído científico a la boca de Boat
Bemory. Una bocanada dulzona de tabaco, té y chocolate cubre el rostro casi
frío del fueguino. La innata curiosidad del científico busca escudriñar su hálito, sus
últimas palabras antes de la bocanada final de esos pulmones nativos, quizás similares a las que al amanecer del 16 de febrero de 2022 pronunció
Cristina Calderón cuando, en un hospital del estrecho austral la última
hablante nativa yagán murió presa del Covid.
Palabras que, tal como para los oídos
de Darwin, para la humanidad actual son y serán indescifrables.
Gracias Pepe. Fallece Cristina Calderón... y a vista / paciencia de la civilización, muere la lengua yagán. Al parecer el camino darwiniano est.
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