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Chuteadores

Al chico le gusta el fútbol, hoy debutará en infantiles, espera ansioso en la banca que le toque entrar, el tío que lo vino a ver a la cancha sonríe cuando escucha al entrenador llamar al niño que corre rápido al centro de la cancha de mazacotes, pero aunque el chico sabe jugar a la pelota sus zapatillas  desgastadas y abiertas como alpargatas no lo acompañan, lo hacen tropezar o justo a la entrada del arco pifiar.

Tras finalizar el partido el director técnico, que bien sabe que el chico es una promesa fútbolera y lo quiere ayudar, como en el pueblo todos se conocen pasa cerca donde está el tío y le grita “¡Oye, Tavo, no seas amarrete cómprale chuteadores a tu sobrino!”.

Al retornar a casa el tío comenta la vergüenza que el chico le había hecho pasar y acordaron como familia reunir el dinero para comprar chuteadores, pero no había números pequeños y se tuvo que encargar un par a la capital, el chico estaba feliz aunque los botines llegaron al fin de la temporada y no los alcanzó a estrenar.

La familia decidió que serían solo para partidos oficiales, el chico tenía prohibido sacarlos para no estropearlos, aun así los lustraba a diario y guardaba en su caja a la espera del comienzo de la temporada.

Llegó el día, el tío pasó a buscar al muchacho para ir a la cancha y le preguntó si llevaba los chuteadores, el chico abrió el bolso y le mostró la caja, ya no era necesario que fuera con esas zapatillas mugrientas y deshilachadas, para caminar las cuatros cuadras que separan su casa del estadio fue autorizado por la abuela usar los zapatos del colegio con los que tiene prohibido chutear so pena de recibir una pateadura.

El tío se ubicó juntos a sus compañeros del Regimiento para ver el partido y sonrió cuando escuchó al entrenador llamar al chico “Ya, Juanito,  ándate a cambiar te toca entrar”.

“Ahora va a entrar mi sobrino”- comentó orgulloso el tío a sus colegas militares.

El chico se puso ágil  la camiseta, los pantalones cortos y las medias, abrió el bolso, sacó la caja, tomó los chuteadores relucientes y comenzó a ponérselos, pero de una temporada a otra, así como con el estirón le habían salido  vellos y esas pelusas de bigote con que en la casa lo molestaban, también le había crecido el pie y los chuteadores, por más que intentó, no le entraban, miró entonces los zapatos de colegio y recordó las palizas de la abuela.

El tío, quiso que la tierra lo tragara cuando vio ingresar a la cancha al sobrino a pata pelada.

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