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El tres de espadas

Está más supersticioso que creyente, como para justificar esa tentación de Diógenes de meter a su morral chucherías y cachivaches que se encuentra de repente, porque además de su radio grabadora a pilas, sus lentes para la presbicia, tres pen drive de memoria y el manojo de llaves, lleva consigo una canica tricolor, dos dados, uno amarillo y otro azul, tres piezas de rompecabezas pequeñas, un diminuto trocito de lapislázuli y, su última adquisición, una rugosa carta del tres de espadas de naipe español que encontró en el suelo del estacionamiento del supermercado, cuando la vio tirada pasó de largo pero, al llegar a su auto, no se aguantó y se devolvió a recogerla.

Es que José María cree, al igual que  Fernando Savater, que “Con la vejez la vida se convierte en un deporte de riesgos”, sobre todo si luego de la reciente visita al cardiólogo le dio por convencerse que, a pesar de ser un tipo si se quiere todavía joven, moriría de un infarto repentino y doloroso, por lo que esos objetos tal vez inútiles para atraer la suerte le servirán al menos para pagar al balsero el transporte al más allá.  

Y si uno tiene un jefe como don Lorenzo, es mejor estar preparado, cuando regresaron al trabajo presencial después de la pandemia lo citó a su despacho y le dijo “José María, esta experiencia nos enseñó que debemos tomarnos las cosas con calma”, pero al poco rato en tono hosco y violento lo maltrató "José María tráigame ahora mismo el informe”, “José María, más atento, carajo”, “José María, ¿qué coños haces todo el rato?”, sin embargo a don Lorenzo, como todo buen franquista, le traiciona lo católico devoto, se arrepiente luego y va a darle palmaditas en el hombro “Anda, vale José María, qué buen chaval eres”.

Dicha  conducta hace pensar a José María, no sin cierta razón, que si la teoría del doble vínculo de Gregory  Bateson, eso del quitar-dar como causa de la esquizofrenia fuera acertada, él hace tiempo sería un tipo desquiciado.

Porque no está bien aquello de "quien te quiere te aporrea" y no es que José María quiera ser amigo con su jefe, menos que éste último le prodigue cariño, tan solo que lo trate con un poco de humanidad.

Pero, por sanidad metal, se comprometió a sí mismo que los arrebatos tiránicos de don Lorenzo, nunca más lo afectarían, cambiaría su actitud, ahora hasta se lo agradece, después de todo es signo de que José María todavía está vivo.

Esta mañana al desayuno José María le dijo a su hija que antes de ir a la oficina, la pasaría a dejar al liceo “Papá ¿te sientes bien para conducir?” le preguntó ella “Sí, ¿por qué  debería sentirme mal?”, le respondió.

En el trayecto no le importó que se le cruzara un gato negro, prefirió seguir con la mirada a un perro que transitaba por la calzada y pensó que de existir la reencarnación, en otra vida él sería un pulgoso de cuatro patas callejero, sin más preocupaciones que la de vagabundear.

Dejó a su hija en el colegio, vio la hora, tenía tiempo de sobra para llegar sin retraso al trabajo, cambió el dial de la radio y en lugar de noticias prefirió escuchar música en la Cadena 100, sintonizó la emisora cuando tocaban “Hoy puede ser un gran día” de Joan Manuel Serrat, la canción lo animó y golpeando el volante se puso a cantar:Hoy puede ser un gran día donde todo está por descubrir Si lo empleas como el último que te toca vivir”, llegó al semáforo en rojo todavía cantando, detuvo el auto y agradeció ser diestro, con la mano izquierda sujetó firme el volante, mientras con la derecha tanteó dentro de su morral que estaba en el asiento del copiloto, hasta que la encontró, apretó fuerte la pequeña cartulina gastada entre sus manos, deseó que las tres espadas fueran reales para cogerlas una por una, no por la empuñadura, sino por el filo, no le importaba que sus palmas y dedos sangraran, con tal de desviar la atención de su mente hacia esas heridas abiertas y no a ese dolor en el pecho que fue áspero y fulminante.

 


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