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"Nunca el hombre está vencido"

Partió Patricio Manns, sin recibir el Premio Nacional ni asistir al masivo tributo musical que se le haría en noviembre en el Teatro Caupolicán. “Será mi regreso del infierno”, había dicho a La Tercera hace poco tras sobrevivir a una hospitalización por complicaciones de la diabetes que padecía y "porque regresé desde un punto donde puta madre que lo estaba pasando mal. Pero me sacaron, entre mis amigos, mi hija, el pueblo chileno que se portó conmigo como un dios. Y ahora van a ver al nuevo Manns”, agregaba.

Dicho homenaje tendría un carácter social, cultural y político, como fue la vida de Manns, estaría  acompañado de sus colegas escritores, músicos y poetas, se subirían a cantar con él no solo Inti-Illimani, Quilapayun, Cecilia, Gatti y Chinoy sino que de seguro también uno que otro candidato presidencial, cuyos asesores lo deben haber tenido programado como monumental cierre de campaña. Melómanos, ya sea que fueran independientes, de centro, derecha e izquierda tenían comprada la entrada. 

Es que Manns fue importante en la vida de muchos, en la mía también, me emocionaba escuchar en casete sus canciones en los año 80 en Temuco. Una mañana en el antejardín de la casa que arrendaba en Villa Valparaíso de Santa Rosa, encontré un opúsculo sobre la historia de Manuel Rodríguez, cuyo autor era Pato Manns, alguien que escapaba de la represión los tiró, pensé. Atesoraba dicho libro, pero al igual que muchas otras cosas de aquellos años con el tiempo se me extraviaron, ya sea porque nunca supe donde las dejé u opté por olvidarlas.

Ayer cuando la radio informó la muerte del cantautor chileno, recordaron entre sus múltiples facetas que fue vocero en el exilio del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), porque en tiempos que ser señalado como rodriguista era sinónimo de ser detenido, torturado preso, muerto o desaparecido, Manns fue el rostro vivo, más allá de esa silueta negra de una estatua sobre un fondo rojo con que se promocionaba al FPMR; la larga y angosta faja chilena trastocada en metralleta o los rostros anónimos y encapuchados que solían dar entrevistas clandestinas.

Si bien los “hermanos rodriguistas” buscaban ser sujetos cotidianos, Manns era un ser extraordinario, fue obrero, músico, escritor, poeta, periodista, historiador, trovador, guerrillero aunque más que las balas sus municiones eran la pluma, su voz y las cuerdas de su guitarra, pero también un tanto hippie y, por supuesto, bohemio.

La última vez que lo escuché fue en Punta Arenas para el lanzamiento de la campaña presidencial de Alberto Mayol, fui con mi familia al acto en una modesta sede cultural barrial con un público de no más de 40 personas.

Al saber de su muerte salvo escuchar por radio sus canciones no acudí a yuotube para recordarlas, tampoco a mi playlist, no uso spotify, pero no es porque me arrepiente o tenga nostalgia de una vida pasada, sobre todo si, como dice Carlos Peña: “En el Palacio de la memoria, vive usted y los sujetos que fue”, por lo que trato, para evitar recriminaciones mutuas, no encontrarme con los tipos que fui y si con orden de desalojo los expulso del intersticio más profundo de mi fortaleza de la soledad, suelen retornar, como anoche, para susurrarme, irónicamente, al oído “La derrota es siempre breve”.

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