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La sal de la vida

Ya sea por cuidar la silueta o por enfermedad, hacer dieta implica un renuncio obligatorio al placer de la comida, la sal de la vida, para muchos.

“¡Dejá la harina!”, dicen los argentinos acostumbrados a matear, pero salvo que uno sea argentino, uruguayo  o paraguayo a puro mate no se puede sobrevivir, será cuestión de raza, digo yo, que al resto suele darnos colitis o será por ello que se ven delgados los rioplatenses.

Aunque proliferan imitadores en nuestro país que andan con la yerba y el termo bajo el brazo, lo llevan a sus reuniones de trabajo, se ha visto diputados mateando cuando los entrevistan los matinales o la bombilla está también presente en salas de audiencia de los tribunales.

Dicha apropiación cultural sufre en las ciudades chilenas una modificación, porque si cebar mate es práctica colectiva trasandina, los citadinos chilenos, por esto del neoliberalismo imperante, incluso previo al protocolo Covid, matean  de forma egoísta y personal. Ya sea usted servidor público o trabaje en el sector privado, no se acostumbra compartir un mate al compañero de trabajo, con mayor razón los abogados, profesión estigmatizada como  individualista,  en la audiencia no invitan una chupada  al imputado o victima que tienen al lado, ni menos hacen correr el mate para que llegue a gendarmes y magistrados, muy diferente a la tradición comunitaria de las mateadas barriales que para educar, adoctrinar y convencer al pueblo utilizaron los tupamaros uruguayos.  

Pero, no solo de harina uno se tiene que privar, también de carne (salvo, nuevamente, que uno sea argentino o uruguayo) y, por supuesto, de sal. Lo digo con conocimiento de causa, hace un mes lo vivo a diario y me resulta un calvario, si a ello agrego que de la comodidad hogareña a la cual volvía de la jornada laboral, ahora tres días a la semana, un alfeñique sedentario como yo se somete a ejercicios para fortalecer el sistema cardiovascular: 15 minutos de bicicleta, 15 de caminata y otra serie de ejercicios, cuando antes el único movimiento que hacia era cambiar de canal con el control remoto para fortalecer el pulgar derecho. 

Pero cuidar la salud tiene su ventaja, ya  no me alcanzará el perro que todas las  mañanas espera que pase caminando para salirme a ladrar.

Si usted está en situación idéntica o similar, acudir donde una nutricionista es lo indicado, quien para engañar la mente y el sabor de la comida no le resulte degustado, le recomendará salar  con especies, romero, albahaca o usar Sal del Himalaya, es lo mas apropiado, así cuando esté arriba de la trotadora y el kinesiólogo le programará subir y bajar una colina, usted pensará que todo esfuerzo tiene su recompensa ya que junto con ejercitar el corazón estará preparándose, tal como Rodrigo Jordán o Mauricio Purto, para un viaje trascendental, subir el Everest y bajar a hombros un quintal de sal de la cordillera del Himalaya.  

Pero, como el ascenso al Everest, no es de un día para otro, mientras se ejercita habrá que evitar la sal y ver si afloran en su boca otros sabores que estaban opacados o, más bien, acostumbrarse a que todos los alimentos le saben igual.

Pero no faltará el amigo que se compadecerá de usted y le informará que no es necesario tanto esfuerzo y que a él una nutricionista le recomendó Sal de Mar, cambió la ida al kinesiólogo, por el Estrecho de Magallanes que lo tenemos al lado, su costera  es maravillosa  y si uno se les da de esotérico hasta puede meditar.

No haberlo sabido antes, porque lo primero que hice al salir de estar hospitalizado fue pedir que me lleven a ver el mar, me bajé del auto, quise ir a la orilla, me resbalé en la arena, casi me caí, me devolví al auto y me trasladaron a casa.  

Porque, a quien engaño,  el misticismo no va conmigo, alguien en el hogar se apiadará de mí y llevará una damajuana vacía a la costanera para traerla llena con cinco litros de agua de mar del Estrecho de Magallanes, ya bajé de Internet un tutorial sobre cómo hervir el agua para obtener nuestra preciada sal.


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