Que Gabriel Boric es una fiera para aglutinar tras su figura los diferentes colores, qué duda cabe, tanto es así que una conocida mía realizó un dibujo del candidato presidencial del Frente Amplio subido en el ciprés de Avenida
Colón de Punta Arenas, que estaba para
afiche del Partido de los Verdes
Habrá, por cierto, otros dibujos navegando por el ciberespacio donde
se le mostrará con el puño izquierdo levantado pronunciando un encendido
discurso en que predominará el rojo y, algún nostálgico trasnochado, dibujará a Gabriel
marchando junto a Miguel en un tono rojinegro miracho.
Pero aunque a Boric le debe gustar el reggae -a quién no- y estudioso como es debe saber de memoria las canciones de Gondwana, hay un color que identifica a esa tendencia musical que, últimamente, no le debe agradar, es el amarillo, porque tal es el mote con que el zurderío ultra lo califica y, de hecho, le gritaron cuando visitó a “los presos de la revuelta” en la cárcel de Colina 1, lo que, de seguro, hirió su orgullo, más que la agresión física que recibió, porque en nuestra cromática política criolla, ser amarillo es igual a ser de centro derecha.
Como siempre fui malo para el dibujo, ni sé de qué trata el libro
La teoría de los colores de Goethe, para dilucidar qué color surge de mezclar
verde, amarillo y rojo, fui a una librería cercana a comprar una caja de tempera,
ya en casa mezclé en porciones iguales verde, amarillo y rojo, no sé si lo hice
mal, pero el caso es que me dio un vintage café oscuro.
Si de identificarse con colores se trata, se podría decir de Boric
que el suyo es el café, no sin antes recordarle tener “Ojo con el arte”, como
enseñó Nemesio Antúnez.
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