“Todo preso es político” me dice Claudio Fierro, citando una estrofa de “Los Tangolpiando” de Mauricio Redoles, pero que a mí me suena más a la canción de Patricio Rey y Los Redonditos de Ricota.
Fue después de comentarle
que a 600 días de cárcel fue sentenciado un hombre condenado por el delito de incendio
frustrado de una Zapatería a fines de octubre
del año 2019 en Punta Arenas y que, en varios medios de comunicación, fuera
sindicado como preso político o de La Revuelta, como se les dice ahora; la
pena se le dio por cumplida porque estuvo la misma cantidad en prisión preventiva,
los jueces le reconocieron la eximente de responsabilidad penal de imputabilidad disminuida.
Pero el delito, si algo tenia de político, fue que se cometió con posterioridad al 18 de octubre, no ocurrió en la noche, sino temprano en la mañana, no había turba movilizada, sino
que el hombre estaba solo en la calle. Ello no impidió que la Fiscalía pretendiera que se agravara
el delito acusando que se cometió en un estado de conmoción pública.
La policía, gracias a las cámaras de seguridad, dio con el imputado,
que no era un joven de la primera línea por cierto, sino más bien un alma atormentada,
de esas que suelen vagar sonriendo, puerilmente,
en situación de calle y que despiertan
un día, si acaso durmieron, furiosos, enrabiados, consigo mismo y con los demás.
Tal es así que el mismo hombre durante su detención señaló a la
policía no acordarse del hecho, porque en ese tiempo estaba bebiendo a diario una botella de ron y dos botellas
de vino, por lo que no sabe si intentó
incendiar la tienda, pero si le dicen que estaba grabado y que fue él, así debía
ser. No había entonces reivindicación política detrás de su actuar.
Su caso lo sentí cercano porque, cuando joven, también fui preso
político en plena dictadura militar, una noche junto a unos conocidos, caminaba
ebrio hacia la toma de un campus universitario, se nos ocurrió bochinchear, hasta
que una vecina salió a reclamar, nos alejamos y pasamos, sin siquiera chistear,
al lado de la garita donde estaba el militar que cuidaba la casa del Intendente
regional, media cuadra después se detiene una camioneta, bajan cinco tipos encapuchados
armados, nos ponen el rostro contra
la muralla y nos comienzan a revisar, llega un patrulla, nos llevan a la comisaria,
en la mañana a la fiscalía militar y, de ahí, a la penitenciaria.
En la cárcel nos trataron bien, fuimos acogidos por un grupo de presos políticos que nos animaban, hasta nos fue a visitar un abogado de derechos humanos y
la tía de mi hijo que por ese tiempo trabajaba en la Vicaría de la Solidaridad.
Solo estuvimos tres días y tres noches en cana, tiempo más que suficiente para que se me pasara la caña, cuando recuperamos la libertad nos contaron que nuestros nombres había salido en un despacho radial de la Cooperativa, no me sentí orgulloso, sino silenciosamente avergonzado y, hasta el día de hoy me sonrojo al recordarlo, porque mientras otros se jugaban la vida, caían presos por sus ideas, lo mío había sido por borracho, pero como nadie puede saltarse su propia sombra, no tenía sentido disfrazarlo, esa persona era yo.
Soy, en cierto modo, camarada con el hombre de Punta Arenas, porque ambos más que
estar encarcelados por política, lo estuvimos por los demonios que, a diario nos
acechan y no hay forma de espantarlos, aunque Redolés y Los Redondos piensen lo
contrario.
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