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Con Iker y mis arterias

El aviso del doctor Aguilar, fue repentino, ese recurrente dolor en el pecho que sentía después de caminar cuatro cuadras, no era una simple incomodidad del esófago, requería urgente trabajo de fontanería para destapar las dos arterias del corazón tapadas.

El doctor, anticipándose a los hechos, lo cual agradezco, previa conversación conmigo había hablado con su colega Marín para que me realicé una intervención de angioplastia.

El jueves del temporal, con cara entre asustado y resignado, me interné en la clínica. Mientras  me rasuraban las partes pudendas, porque si el doctor no podía introducirse a mis arterias por la muñeca lo haría por la ingle, pensé si acaso fue premonitorio que, por extraña razón, se me ocurriera comprar en la farmacia esa colonia para fricción sin alcohol que ahora uso, ya que no podía entender la situación en que me encontraba  porque, salvo el dolor de pecho, yo nunca me sentí enfermo, pero los resabios de una vida hedonista, sedentaria y una dieta alta en grasa saturadas, pasan la cuenta.

De la clínica fui llevado al Hospital Clínico Regional, único lugar en Magallanes donde se realiza el procedimiento, la ventolera arreciaba, temía que cuando me bajaran de la camilla esta se volteara o un portazo del vehículo sanitario me golpeara.

Los focos del cielo raso del hospital  pasaban fugaces a medida que  la camilla volaba hacia hemodinámica. Ya en un pabellón especial, al igual que intervención quirúrgica me encontré casi crucificado, pero como el procedimiento es con anestesia local, estaba despierto, no sé si en mis cabales, pero lo suficiente para disfrazar el miedo, cuando me preguntaron cómo lo hice para dejar de fumar, “con pena” respondí y, si acaso sentía dolor por el pinchazo en mi muñeca,  fingiendo  bravura  “más me duele cuando el dentista me saca una muela”, dije.

El cardiólogo pudo destapar una arteria, la que estaba ocluida más reciente, la otra, que quizás desde cuando estaba tapada, requería mayor trabajo y se haría una semana después.

El viento amainaba, la ambulancia me retornó a la clínica donde quedaría en la UTI  hospitalizado, con tal mala suerte que estaba todo ocupado y por esto del Covid debía esperar que desinfectaran la pieza que otro paciente había desocupado.

No les quedó otra que dejarme en una camilla en la sala de reanimación, me entretenía mirando el monitor del aparato portátil al cual estaba conectado, cuando la mente me jugó una mala pasada y de pronto sin querer, porque creo ser un tipo duro, afloraron lágrimas.

Recordé las cosas que tengo inconclusas y que, por cierto, aun cuando me recupere no las haré, como el instrumento musical que nunca aprendí a tocar, ese libro que todavía no termino de leer, la recopilación de crónicas que nunca publicaré y el Premio Periodismo de Excelencia, que entrega la Universidad Alberto Hurtado, que ya sea esté sano o enfermo jamás obtendré. Pero, también, otras sensibles y mundanas como el sentirme culpable de entristecer a los demás, el cariño que en mi hogar no deparé y esa relación distante con mi hijo que nunca reparé.

Mi sicosis terminó cuando me fueron a buscar, por fin estaba lista la pieza, ya allí esperando estar solo para llorar mis penas la enfermera me informa que por protocolo Covid me tendrían que bañar, es decir pasar un trapo con desinfectante por todo el cuerpo; arrojado a mi suerte, la auxiliar, quizás al verme muy agitado, para tratar de calmarme me preguntó si había visto en la película “Un Príncipe en New York” la escena donde al príncipe lo bañan “piense usted que es ese príncipe”, dijo, ello me dio risa, porque nunca vi en ese film que el príncipe se encontrara en la UTI, con una vía intravenosa en su brazo izquierdo, un tanto adolorido en cuerpo y alma.

En la convalecencia solitaria de la habitación de cristal, mascullando lo que de ahora en adelante me privaré, solidaricé con Iker Casillas, el portero español campeón del mundo, que en un entrenamiento del Porto de Lisboa sufrió un infarto y debió abandonar el fútbol, porque yo a mis 58 años como los porteros son mayores guardaba la esperanza que el presidente del Colo Colo un día golpearía mi puerta para ofrecerme la portería alba, ahora si mi sueño se hiciera realidad mejor no abriría la puerta, porque no pasaría el examen médico.

Si bien entre el colega Casillas y yo hay semejanzas, los dos somos ahora enfermos cardíacos, hay también diferencias, él mide cerca del metro 86 y yo apenas alcanzo el metro 68; él triunfó en las ligas europeas, mientras que yo no jugué ni en equipo de barrio, a lo más de niño en Natales, en la cancha de mazacotes de la Corhabit; la última vez que lo hice fue hace siete años cuando por trabajo viajé a Puerto Edén y los residentes nos desafiaron a una pichanga en la canchita de baby futbol del muelle, aunque soy sedentario con ropa de vestir y bototos me puse a atajar, quienes vieron ese partido, dijeron que mi actuación fue espectacular, duré poco, porque al comenzar el segundo tiempo me desgarré el muslo izquierdo, los cinco afortunados, aparte de jugadores, que presenciaron ese juego dirán que quedará para la posteridad.

Estuve tres días en la UTI, mientras del box vecino sacaban un ataud, yo seguía con mi presión arterial por los cielos, hasta que me trasladaron a la sección hospitalizados. Allí, mientras  me informaba por CNN  de  la caída de Kabul, recibí la llamada de una tía, dijo que me cuide porque estaba muy joven para irme para arriba, pero no aclaró si estaba ya lo suficientemente viejo para irme para abajo.

Antes del segundo procedimiento el médico me dijo que con la arteria  intentaría hacer algo “heroico”, pero aunque tuvo el apoyo del médico que lo formó, que cada quince días viene a Punta Arenas, la segunda angioplastía no resultó, la arteria estaba muy obstruida, como camino cubierto por un derrumbe, según, me explicó después el doctor; le agradecí su trabajo y le dije que la grandiosidad de un acto heroico vale más por atreverse  a practicarlo que por el resultado final, le mencioné a mi tocayo de la Ilíada que combatió contra Aquiles a sabiendas que no lo vencería.

Le comenté al doctor Marín, que le encuentro una similitud con el legendario doctor Kaplan, pionero del trasplante de corazón en Chile, no solo porque ambos sean de la Región de Valparaíso y cardiólogos, sino también porque Kaplan, empieza con “ka” “y, para mí, usted es un ‘Capo’”, dije.

El caso es que acudí al médico a tiempo, según los galenos me salvé jabonado de un infarto y, si antes caminaba con dos arterias tapadas, como ahora quedé con media arteria tapada, luego de rehabilitación kinesiológica podría caminar aún mejor, de hecho acompañado de un kinesiólogo tiraba huincha en el pasillo de la clínica.

Una mañana en la clínica tuve un sueño curioso, como debía empezar a levantarme soñé que salía un rato de la clínica a caminar al aire libre y se me ocurría ir a la casa y de ahí a la pega a saludar, tomaba Avenida España y al llegar a la intersección con Ovejero veía a unos obreros reparando las veredas, me detenía asustado porque pensaba que tenía que volver porque salí sin autorización y capaz que no me dejaran entrar.

Luego de 8 días me dieron el alta, más pinchado que heroinómano, con más exámenes PCR que camionero y experto en orinar en pato, ahora sueño que sigo hospitalizado y no en casa, pero soy la imagen viviente de un hombre  nuevo, cuando ingresé estaba convencido que estaba sano y salí cardiópata hipertenso, debo tomarme cinco remedios diarios, pero trato de no sentirme enfermo, sujeto a una estricta dieta natural ¡Adiós! cordero, cerdo, embutidos y grasas saturadas, como Girardi seré un taliban contra la sal, ¡Chao! completos del Lomito’s, choripanes del Kiosco Roca, Barros Lucos y pizzas Chevalier del Dino’s y, si alguna vez, pensé que ya jubilado volvería a tomar y fumar, por cierto, está olvidado, para no amargarme mejor no recordarlo.

Disculpen la autorreferencia, sucede que todo esto me tomó de improviso y perturbó un poco, lo atribuyo a que con las dolencias del corazón uno se vuelve un poco sentimental.

 

Comentarios

  1. ¡¡Abrazo Pepe!! Ya somos mas en el Club de los Hipertensados

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  2. Extraordinaria crónica! De verdad hay talento en esa escritura!
    Carlos Peña

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  3. Me conduelo contigo de hipertenso a hipertenso... y me río hasta mas no poder con tus historias amigo... un abrazo. Cuídate
    PD. Un Príncipe en Punta Arenas... jajaja

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