Octavio Paz, en su ensayo Los hijos de la Malinche, señala que “en nuestro lenguaje diario hay un grupo de palabras prohibidas, secretas, sin contenido claro, y a cuya mágica ambigüedad confiamos la expresión de las más brutales o sutiles de nuestras emociones y reacciones”. Unas de estas malas palabras es la que este sábado pronunció Pamela Jiles, antes de ingresar a emitir su voto.
Según Paz, estas “palabras malditas", solo la pronunciamos en voz alta cuando no somos dueño de nosotros mismos, sin embargo la Jiles las dijo en pleno uso de sus cabales y, por cierto, una vez que se percató que los periodistas que la entrevistaban lo hacían en directo, para evitar ser censurada o que le editaran la cuña.
Tuvo si el cuidado de no identificar con nombre y apellido contra quien las profería, aunque no era necesario, lo cual judicialmente le puede ser útil en caso que se querellen contra ella por injurias.
Son palabras que, como explica Paz “no dicen nada y lo dicen todo” y la Jiles al vociferarlas lo hace más que con el fin de humillar, de generar cercanía con quienes ella presume las utilizan en el habla cotidiana e informal, para aparentar, con ello, ser una candidata autentica y popular, seudo prototipo de chilenidad, porque al gritarlas ante los micrófonos de la radio y la TV estaría, como señala Paz en su ensayo, rompiendo un velo de pudor, de silencio o de hipocresía.
Pero, a diferencia de los insultos naturales, que hierven en los sentimientos de cada uno de nosotros y, como recalca Paz “cuando salen, lo hacen brusca, brutalmente, en forma de alarido, de reto o de ofensa. Son proyectiles o cuchillos. Desgarran”, en el caso de la performance coprolálica de Pamela, sus expresiones carecieron de naturalidad y espontaneidad, se notó que estaban pauteadas, tal cual las pronuncia una actriz para el aplauso fácil de un teatro lleno o para recibir el emoticón de las redes sociales.
Fue Arturo Alessandri, quien llamaba “chusma inconsciente” a sus seguidores y todos le aplaudían.
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