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El hombre afortunado

A menudo le gustaría  ser un hombre afortunado, tener una obsesión, una creencia, una ideología que le permita domesticar la esperanza y superar el rutinario devenir de los días o, al menos, una adicción para engañar sus temores y sentir por un  instante, que lo suyo, no es más que desesperanza aprendida.

 Ya sean días turbios, sobre todo en invierno que amanece más tarde y oscurece muy temprano, pero también en verano que sucede todo lo contrario, busca retar al destino, no es que sufra de ludopatía, pero se despierta con la intención de correr al kiosco más cercano a comprar un boleto de lotería, aunque se arrepiente luego.

Por cierto, le gustaría ser millonario, la independencia económica es un bien preciado, pero no ganar el premio no lo frustraría y, en caso de dar en el clavo, capaz que en un arrebato el cartón premiado rompería, porque si bien a él le gustaría ser un hombre afortunado con una obsesión, una creencia, una ideología y sabe que con dinero aquello puede comprar, no es por ser tacaño, pero preferiría que fuera gratis.   


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