En su columna "La Araucanía es ahora", que se publica hoy El Mercurio, Joaquín Lavín no menciona el ejemplo del parlamento Saami, indígenas del norte de Europa y de Groenlandia, que es un caso para explorar si pudiera adaptarse a Chile.
Como tampoco hace referencia al
desierto verde provocado por la llegada de las forestales en La Araucanía,
aunque sí toca en parte que desde la anexión de territorio mapuche a Chile se
alzó un muro invisible entre el mundo mapuche y el Estado chileno que hay que
derrumbar.
Se abstiene de aludir al pedido de militarizar La Araucanía, tal
vez porque sabe que precisamente eso es a lo que aspiran los grupos radicalizados
indígenas (si acaso lo son), ya que la militarización de La Araucanía sería
simbólico, la vuelta de Cornelio Saavedra y su ejército pacificador, por lo que
no solo se generaría repudio en los lof, simpatía y mayor adhesión de los jóvenes
a los grupos radicalizados, sino que los alzaría a un estatus superior, no ya como un
puñado de violentos, sino una fuerza beligerante, capaz a futuro
con armas o bidones en la mano, llegar a negociar un tratado de paz con el
Estado Chileno.
Pero, lo que más inquieta, es que inicie su columna señalando que
escribe no como candidato presidencial, sino como persona preocupada por lo que
acontece, porque ¿es acaso que como candidato presidencial no lo está? ¿Puede en
este tema separarse la figura del candidato con la del ciudadano?
Aunque de seguro no fue más que un desliz de la pluma propio de la
emotividad inicial que inunda a todo articulista de opinión, porque no creo que
lo que dice Joaquín Lavín,
el ciudadano, en su columna, no sea también lo que piense Joaquín Lavín, el
candidato presidencial, a menos que sea bipolar o el candidato estime que lo de
la Araucanía será para después.
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