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El hombre de lengua ágil

 En medio de la Ruta 9 Sur a orillas del Estrecho de Magallanes, kilómetro 35 y medio sur, a 22 kilómetros de Fuerte Bulnes, vive un hombre de lengua ágil, administra un viejo y modesto boliche con patente autorizada de expendio de licores -aunque aparente cantina clandestina- como abastece, entre otros viveres, ya sea de queso, bebidas o vino, suele entablar amena conversación con parceleros y pescadores del lugar o con cualquier viajero que se detenga a comprar.

Hace más de 20 años que Walter Patricio, que así se llama el hombre, cedió su trono del Rey del Completo callejero en Punta Arenas y su castillo emplazado en el puente del Río de las Minas de la céntrica calle Bories, un carro que trasladaba en las noches afuera de las discotecas o que solía  instalar en un punto estratégico durante el Carnaval de Invierno o en cuanto evento masivo se realizaba en la capital austral.

Pero, como el trabajo nocturno envejece y es agotador, un día optó por alejarse del bullicio de la ciudad y de la bohemia magallánica, si antes alimentaba y conversaba con jóvenes discotequeros a quienes recuerda por su nombre, incluso les  ha  seguido su carrera vital por lo que sabe  que  varios son técnicos o profesionales, hoy, Walter Patricio, conversa y alimenta gallinas, patos y los varios perros que cría porque los llegan a botar al lugar, los canes le siguen, inundan el local, como los huesos roídos el patio. “Me quieren porque los trato bien”, explica Walter Patricio, con su voz estereofónica.

Su vestimenta desaseada y dentadura descuidada contrasta con la pulcritud de su habla, muy diferente a quien, según él tienen “lengua ligera” y suelen proferir groserías.

Si uno se da el tiempo, Walter Patricio contará que si bien ya no es el Rey del Completo, sí tiene el record del curanto más austral del mundo, festín que se efectuó en la parcela y se colmó de visitantes.

Y, si el viajero es un cliente que se muestra interesado, es posible que le cuente que para él no es extraño ver en la costanera ballenas, pingüinos, lobos marinos o alguna que otras toninas que lo llegan a visitar con ganas de charlar. Como tampoco ver pasar a motoqueros, ciclistas y, de vez en cuando, a caminantes cabizbajos pensando en voz alta.

Y comentará que tantos años de comerciante le enseñaron a saber tratar a las personas y ser cortés con sus vecinos, más aún si vende alcohol, si no fuera así no faltaría el tipo que pasado de copas se le ocurra venirle a molestar.

Y, aunque para el citadino parezca asombroso, como solitaria es la vida de la gente de campo, dirá que habla con sus perros, pero que de todos los animales el cerdo es el más inteligente, de hecho tuvo uno que era muy cariñoso con las personas que entraban al local,  sobre todo con los niños con los cuales jugueteaba, se tiraba al suelo, se revolcaba y, como si fuera perro, se alzaba en dos patas para que le tomen fotos; recordará resignado que estaba muy encariñado con el chancho pero, como el local tiene también patente de restaurante, le obligaron a deshacerse de él, se lo vendió, entonces, a un parcelero que tenía una chancha con el compromiso de que lo tendría para crianza, pero supo que al otro día que lo vendió, el nuevo dueño lo carneó. La única explicación que Walter Patricio tiene para ello, es que aunque él trata de llevarse bien con todo el mundo, el tipo que lo compró “no sé por qué, parece, que me tenía mala”.    


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