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El rapto


No recuerda con certeza si lo soñó o fue Guido quien le dijo que cambiarse de casa tan a menudo, si bien sirve para conocer los barrios de la ciudad, tiene sus desventajas, se torna arriesgado, no se conoce quién vive al lado, no se alcanza a formar parte de la comunidad y no falta el vecino copuchento que se empieza a preguntar qué es lo que hace el tipo del frente o ¿cómo una persona puede pasar tanto tiempo fumando y mirando por la ventana sin hacer nada? 
Temía que alguien lo descubriera, pero no fue aquella vecina que se molestó cuando él le pidió permiso para saltar por su patio ya que había olvidado las llaves, aunque ella aceptó que saltara le dijo que sabía bien que tenía plantas en el patio, pero no lo denunciaría a la policía porque le tenía cariño a su hijo pequeño. No le quedó otra que arrancar las matas, ponerlas en una bolsa y llevarla donde un amigo para que la guardara y aunque no era aquello lo que ocultaba se tuvo, una vez más, que mudar.
Como vivir de casa en casa asustado, esperando que vengan a buscarlo, debe ser angustiante, para disimularlo casi a diario se excedía de copas, era uno de esos tipos de los que suele decirse que poseen mala curadera, a menudo se hacía daño y, lo peor, también, a los demás. Por tal razón cayó tres veces a la cárcel, la última vez llegó a parar hasta la fiscalía militar, su nombre salió en el despacho de Radio Cooperativa porque fue defendido por abogados de Derechos Humanos de la Vicaría de la Solidaridad, nunca quiso contarlo, lo mantuvo en silencio porque lo encontraba humillante, como otras muchas cosas imposibles de confesar, sentía vergüenza de sí mismo y también del sufrimiento que causaba en los demás.
Pasaron su par de años hasta que se decidiera, ocurrió, como siempre, en una nueva casa fumando y mirando por la ventana, antes, por cierto, que los vecinos comenzarán a interrogarse, abrió la puerta, lo dejó libre, salió a la calle, no volvió nunca más.  






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