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El bigote revolucionario


En Chile, más que usar barba, llevar bigote es tradición revolucionaria, porque así como Stalin,  Villa o Zapata, lucieron también bigote Salvador Allende, Miguel Henríquez y casi toda la dirigencia del MIR,  por cierto están los mostachos de Mario Palestro y en los 80 Pepe Carrasco y Jecar Neghme, también lo usaron. Sin embargo, ello no quiere decir que ser lampiño sea conservador o contrarrevolucionario.    
En tiempos que las barberías resurgieron, como uno es dueño de hacer con su cuerpo lo que se le antoje, en busca de una épica se suele cambiar la fisonomía para darle una imagen al relato, se intenta con diferentes estilos hasta dar con aquel que refleja mejor nuestra identidad, 
Esta semana se vio al diputado Gabriel Boric de Convergencia Social, luciendo un singular bigote que a los nostálgicos de los setenta les hizo recordar el bigote mirista, pero, si hay que ser justos, no fue Boric el primero, porque desde hace un tiempo su compañero de partido y también diputado, Gonzalo Winter, luce uno que debe humedecer cuando sorbetea la bombilla, porque últimamente Winter se volvió matero, para los que lo conocen no sería de extrañar, porque el diputado tiene conocidos en La Cámpora y puede cantar la “Marcha peronista”, sin equivocarse, aunque ideológicamente debe sentirse más cercano a Roberto Santucho, que a Firmenich.
Pero, sería un error decir que el bigote es patrimonio de la izquierda chilena, porque hasta Pinochet usaba uno, y no el de tipo hitleriano ese minúsculo bigote que hoy ningún político por temor a ser denunciado por negacionista se atrevería a llevar.
También una vez usé bigote, y no para pasar clandestino, sino cuando postulé a un trabajo para vender AFP, y si bien un día me dijeron que había obtenido el puesto, al otro me comunicaron que me habían rechazado. Nunca supe sí fue por culpa del bigote que no me hacía ver una persona respetable, sería y ordenada o que llegaron retrasados a la empresa los resultados reales del  test psicolaboral que el psicólogo me había aplicado y que se le habían extraviado.
Como producto de la peste dejé de ir al barbero para rebajarme la barba, pensé usar bigote, no el del tipo revolucionario, por cierto, no aspiro cambiar la sociedad, sino tan solo mi apariencia. Imaginé lo pintoresco que sería usar el de Dali, pero me catalogarían de pretencioso, conociéndome el de Cantinflas sería el más apropiado, pero no me atreví, más que por temor a que se rían de mí, a la foliculitis, afeitarme la barba todas las mañanas hace estragos en mi cara.

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