Hay
tipos osados, o más bien masoquistas, que les gusta llevar la contraria y
exponerse a ser empalados en redes sociales. Algo por el estilo sucede con
Cristian Warnken, tanto por su ciclo de entrevistas en Emol TV como por sus
columnas en El Mercurio.
Inició
su programa en medio de la pandemia entrevistando a Jaime Mañalich,
que para muchos no tuvo otro objetivo que suavizar la imagen de quien era visto
como el mismísimo Coronavius personificado; el domingo último fue el turno de Ricardo Lagos, casi como el lanzamiento de una nueva campaña
presidencial del ex mandatario, no obstante para algunos Lagos es al CAE, lo
que Mañalich es a la pandemia.
Tanto
en su rol de entrevistador, como de columnista, aflora en Warnken una
melancolía por la política de los acuerdos y un desencanto por la división,
violencia y agresión verbal que proliferaría en los políticos actuales y se
reproduciría en las redes sociales; no sin antes reconocer que él, hace años,
simpatizó con una izquierda que pregonaba el uso de la violencia para llegar al
poder.
Con
tal confesión estaría para entrar al “Club de los conversos de Roberto
Ampuero”, me comenta un amigo, lo cual podría ser cierto, después de todo ambos
son escritores y antiguos militantes de izquierda, pero tal vez el propósito de
Warnken no sea más que el de provocar, para ser leído, que su
programa sea visto y genere pasiones. De hecho ocupar tiempo espacio y
caracteres para hablar sobre él es prueba de aquello.
Porque el peor
castigo para un periodista o escritor es ser ignorado, aunque se tenga un
placebo para sobrevivir aquello sin colgarse a la primera viga que encontremos,
creerse la estupidez de aspirar a ser de culto y ello signifique que nadie nos
lea, ni siquiera tres o cuatro conocidos que apenas reciben el texto que le
enviamos, sin siquiera abrirlo, lo mandan a la papelera de reciclaje,
pero al menos tienen la hipócrita cortesía de respondernos: “Qué buena”.
Porque sucede que ni en casa ya soportan nuestro ensordecedor ruido de teclear con
dos dedos, ni nos soportamos leer nosotros mismos, tanto que no
corregimos los escritos que subimos al blog con garrafales errores
ortogramaticales.
Pero, quizás no
sean solo Warnken y Ampuero, sino que muchos más los conversos, aunque
varios no se den cuenta de serlo como aquellos que critican al Tribunal
Constitucional (TC) como una supra o tercera cámara y apenas pierden
una votación no dudan en acudir al TC para revertirla. Aunque estos más que
conversión tendrían una contradicción vital, peor de la que en su momento
confesó Buchi.
Por cierto que
todos podemos cambiar de opinión y de hecho lo hacemos, Carlos Peña, en su
libro Ideas de Perfil recuerda que Bertrand Russell, dijo alguna vez que el
filósofo que teme cambiar de opinión se llama teólogo.
No creo que Warnken,
pretenda ser filósofo, su amor es hacia la poesía, propugna que más lírica a la
política le haría falta, pero como fue Platón quien expulsara a los poetas de
la República, no queda claro si Warnken se refiere a la poesía militante propia
del realismo socialista o, a la necesidad, de un estadista de corte dadaísta.
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