Nunca antes administrar justicia cambió tan de repente, hasta
la implementación de la reforma procesal penal fue gradual, pero producto de la
pandemia y la cuarentena los juicios ya no se hacen de modo presencial, sino de
manera digital.
La necesaria proximidad que el juez debe tener con el acusado, ahora es intermediada
por una pantalla de notebook, el espacio físico del tribunal se redujo a, por lo
general, no más de 15 pulgadas carente de toda ritualidad.
Fiscal, defensor y juez pueden estar sin pantalón, con
slip o bóxer, a pie descalzo, con calcetines o a pata pelada, eso sí con saco,
camisa y corbata. En lugar del tradicional golpe de martillo para iniciar y
terminar la audiencia, ahora es el vulgar click del ratón.
Para evitar caer en lo anterior algunos tribunales reagendaron
juicios para varios meses más, como el imputado debe ser juzgado en un tiempo prudente,
la fecha suena casi al Día del Juicio Final, lo cual, por economía procesal, tiene
sus ventajas se puede acumular la investigación de sus delitos, con la de sus
pecados; el erario nacional se ahorrará los gastos del tribunal y las costas de
fiscales y defensores, porque solo bastará la presencia del Dios omnipotente y polifuncional,
que, como nadie va a misa, ni entrega limosna, menos el diezmo, hoy sale gratis.
Como el azote de la peste no pega igual en todo el país,
se exploró poder realizar juicios presenciales en algunos tribunales, pero iría
contra la igualdad ante la ley, no se vería bien para seriedad y coherencia del
poder judicial que subsistan dos formas de juzgamientos, porque mientras en una
región habrá juicios virtuales, en otras habrá presenciales; aunque de hecho en
el país, sí hay dos sistemas judiciales vigentes porque todavía persiste el antiguo
sistema inquisitivo, parcial y secreto para procesar a los violadores de
Derechos Humanos.
Pero donde más hoy corre peligro la justicia es que se
traspasen concepciones sanitarias al lenguaje jurídico y se vulnere, por ejemplo,
la presunción de inocencia, porque si se adopta como norma en estrado que lo probable
y sospechoso es ya culpabilidad, como de hecho está haciendo el sistema sanitario con incorporar
al conteo de personas fallecidas por Covid-19, a los que murieron sin tener una
prueba o examen alguno que padecían la enfermedad; bien pudiera un juez aséptico,
que siempre soñó ser médico, ponerse guantes, mascarillas y considerar que todo
sospechoso, por el solo hecho de serlo, es culpable de un delito, sin tomar en
cuenta que no hay más pruebas que lo
inculpen, en lugar del in dubio pro reo, regiría la pura tincada judicial. La cárcel se repletaría de inocentes
presos, si acaso, ya no lo está.
Sin embargo, lo anterior no solo corre para el juez del tribunal, sino también para el árbitro
de fútbol, porque perderá sentido lo de “ante la duda abstente”.
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