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En modo teletrabajo


Por sanidad personal, familiar y laboral parece no ser conveniente llevarse trabajo para la casa, así como, a la inversa, tampoco es conveniente llevar los problemas de la casa al trabajo. Se debe establecer un límite,  lo que es del trabajo pertenece a dicho ámbito y lo de casa, al hogar.

Pero estas máximas populares quedaron obsoletas con la cuarentena para frenar el avance del Coronavirus, porque en  empresas y servicios públicos se adelantó lo que sonaba a ciencia ficción, el llamado tele trabajo o, mejor dicho, el trabajo a distancia, o sea desde nuestro dulce hogar familiar.

Pero lo anterior trae sus inconvenientes, porque el trabajo -no el doméstico por cierto, que es eterno y del cual la mujer trabajadora nunca jubila- copa todos los espacios hogareños, la oficina se traslada a la casa con efectos nocivos para el cuello, cintura, muñecas. Porque se trabaja en la cocina, dormitorio, living comedor, hasta en el baño y los muebles no tienen un diseño ergonómico para ello.

La bocina del notebook con aviso del email irrumpe en la natural placidez y tranquilidad del hogar, se debe andar con el celular en el bolsillo o en la mano porque hay que contestar rápido al jefe que llama para verificar si estamos en nuestro puesto de trabajo dispuesto para ello en todo el hogar. 

Es de utilidad, entonces, usar la bocina con un sonido chillón con el volumen a lo más alto, por si ocurre que nos quedamos dormidos o estamos limpiando el teclado, mouse, controles remotos, el mismísimo celular o los picaportes de las puertas, cubiertas de muebles, plásticos, tarros, bolsas con alimentos, barandas, y todo lo que uno pudiera imaginar se puede limpiar con nuestro estimado estropajo con cloro.

Porque, hoy en día, el bien más preciado es ese humilde y húmedo trapo blanco, que cuando se nos extravía es peor que si se nos perdiera la llave del auto o la tarjeta de la cuenta rut. Ya que si alguna lección sacaremos de esta emergencia es que uno podrá privarse de muchas cosas, pero hasta la tumba se llevará un estropajo con cloro, para desinfectar nuestras culpas el Día del Juicio Final. 

Es que el mundo no había vivido un cambio de conducta a nivel planetario tan rápido, da para análisis sociológico, nos volvimos seres híper higienizados. Nunca nos habíamos lavado tanto las manos, más que si fuéramos cirujanos, los que ya las tienen partidas comienzan a usar cremas para hidratárselas y los que antes conocían el cloro solo cuando los retaban porque lo confundieron con detergente y hacían desaparecer tanto bacterias como los colores de la ropa, hoy, si mostraran sus manos, bien pasarían por las de la higiénica cultura japonesa y no porque cuya dieta se base en arroz blanco.

Pero, también, cambió nuestra forma de relacionarnos, esos tipos empalagosos, que se “dicen de piel”, de abrazos fraternos cuerpo a cuerpo no serán bien vistos y el típico y machista “da la mano como hombre, huevón”, tampoco. Los que frecuentaban y se reunían en clubes, deberán hacerlo ahora por tuiter o Instagram, porque para combatir el virus se propicia el distanciamiento social, no es para volverse misántropo forzado, ni menos ermitaño, sino un natural encierro, casi como arresto domiciliario total.

O sea, salir lo mínimo, mantener una prudente distancia y al momento de consumir ser un tanto filántropo, dejar una botella de cloro para el que viene detrás pueda también comprar, porque para la supervivencia de la especie el cloro vale tanto, como para los antiguos fue la sal.

En modo teletrabajo, hay que tomar también precauciones, tener presente que en el trabajo no se debe hablar más de la cuenta, porque como al principio la mente se confundirá, no sabrá si está en la oficina o en el hogar, hay que ser, entonces, muy precavido en el uso de wasap, y no responder en el grupo del trabajo con el habla doméstica del hogar.

Para quienes no cuenten con personas de servicio en casa, el teletrabajo, puede llegar ser un calvario, debe  lidiar con la cocina, los niños, la limpieza y la tentación del matinal. Se acabaron las pausas activas o el café en la oficina, porque ese minuto preciado, se ocupará para preparar el desayuno a los hijos, barrer,  trapear el piso, darle agua a la mascota, poner ropa en la lavadora, colgar la ropa, sentar la olla con arroz o que el pollo en el horno no se vaya a quemar.

Pero, también, ya no será necesario dejar preparada la lonchera del hijo la noche anterior, y eso de dárselas de chef gourmet de fin de semana pasará al olvido, ya que porotos, fideos, lentejas, papas hervidas, sopas Maggi, arroz y salchichas con puré y huevo serán el menú rápido de la cocinera durante toda la semana.

Como los niños no van al jardín o tienen tele educación, no se les despertará, se podrán levantar muy tarde, lo cual es un alivio para que dejen a uno trabajar. Si acaso se tiene un hijo o hija universitaria ni se le ocurra reprocharle que ¡por favor ayude a limpiar!, porque él o ella que estará encerrada en su dormitorio en modo de clases on line, cortésmente le responderá que está en el aula virtual y si uno quiere que él o ella llegue a ser profesional, no se le debe molestar.

También, era que no, en el trabajo a distancia las versátiles mujeres llevarán el peso de la casa, demostrarán polifuncionalidad y el hombre que apoya la demanda  feminista en esta época se habrá de probar. En cuanto al diálogo familiar como estará demás el “¿Cómo te fue en la pega?”, la pregunta cotidiana será “¿Ya habló el ministro Mañalich?”.

Si bien tiene sus detractores el trabajo a distancia tiene sus ventajas el uniforme no se arruga, duran más el cuello y mangas de camisas, el pantalón y la corbata no se mancha y los zapatos lustrados brillan más que bota de milico.

Aun así no faltarán los que añorarán ese segundo hogar que es el edificio de la pega, donde se tenía colgada la foto familiar, incluida la mascota para que les recuerde el hogar; los primeros dibujitos del nene y ese papel enmarcado con las primeras caligrafías trémulas garabateadas por la hija: “Te quiero Papa” o  “Para la Mejor Mamá del mundo”.

Pero, por sobre todo, habrá quienes extrañarán el tradicional lugar de trabajo, entre los que me incluyo, por cierto, porque allí nadie entrará de manera repentina a tu oficina para reclamarte porque todavía no destapas el wáter o “cuándo te dignarás hacer pan, al menos, que hagas eso”. 

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