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La hora clave



Como pese a mi carácter cambiante, llegó la hora de definirse, fui a ver a mi médico de cabecera, cuando le comenté que no bebo, fumo, ni me drogo, me acuesto con las gallinas y levanto con el canto del gallo, de la alarma del celular claro, me dijo que yo estaba para sacerdote.
Pero cuando la dije que a pesar de mi estilo de vida saludable  cada vez estoy más encorvado, al paso que voy caminaré tan agachado, que iré por la vida peor que un reptil con la nariz pegada al suelo y le consulté si me daba una interconsulta para el traumatólogo o él mismo me derivaba al kinesiólogo.
“Ni lo uno ni lo otro –contestó- lo tuyo son las culpas”.
“Tiene razón doctor, esa mochila vaya que es pesada”, dije. Es que soy un persona trasparente y para que no se piense que uno lo sea por pose, cuando estoy con disfrazados, también me disfrazo, pero como casi no sé usarlo, para irme acostumbrando, mejor el disfraz nunca me lo saco e incluso si estoy solo me lo calzo.
Pero no es que uno sea irresoluto, y si bien antes me llamaron camarada, compañero, correligionario, y aunque hoy mi suegro me grite fascista, si hubiera palabra para definirme sería la de anarco conservador, porque aunque estoy lejos de toda vanguardia deseo que cambie todo, para que nada cambie, anhelo que “los de abajo, vayan por los de arriba”, frase emblemática que enarboló tanto  el neo zurderío hispano como el neo fascismo italiano.
Lo de anarco conservador suena bonito, hasta elegante si se quiere, más importante aún si en una entrevista el mismísimo Jorge Luis Borges, se definió así,  lo que entrega  al concepto y por teoría del chorreo a quien lo asuma, cierto aire de intelectualidad. 
Pero si algo caracteriza al neoconservador es la fuerza de ser un hombre común, cercano a la gente, que se  deja guiar por el sentir popular, por lo que suele irles bien cuando forman nuevos movimientos y partidos y postulan a un sillón del palacio consistorial. 
En mi caso, por supuesto que no busco aquello, ya que socializar con  gente de  los partidos o  inscribirme en uno de ellos, a estas alturas de mi vida nunca más lo haré, pero no por el desprestigio por el que hoy pasan las orgánicas partidarias, ni porque la gente se esté desafiliando de aquellos, menos por asumir una postura de pretenciosa autonomía liberal, más bien porque me hace más de sentido común lo que decía el escritor italiano Pitigrilli: “No me ocupo de política; nunca me inscribiré en ningún partido político; porque siempre resultará más de mi agrado el hombre más inteligente del partido contrario que el idiota del mío”, lo cual, como yo lo veo, es una buena lección que en lugar de descuidar, uno debiera imitar.  

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