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La toma invisible


Con esto de las acostumbradas tomas de las universidades que parece ser ya parte del currículum rígido de los programas de estudios, aunque algunos las quieran seguir viendo como crédito electivo para sacar el título de estudiantes, pienso si acaso no es mejor para ahorrar tiempo y espacio incorporarlas dentro del rito iniciático de la semana mechona, porque si bien no es mi ánimo palanquear, nadie puede negar que, últimamente, como que se están prestando un poco pal leseo.

Por lo anterior es que para hacer frente de manera decidida y enérgica a dicho fenómeno se requiere un amplio consenso, un claustro universitario nacional en que estén representados los distintos estamentos de las comunidades universitarias y, por cierto, del poder ejecutivo, legislativo y judicial, hasta empresarios, trabajadores y miembros de la sociedad civil si se quiere, donde se decida el tipo de estructura universitaria para el siglo XXI que necesita  nuestro país.

De lo contrario legitimadas las tomas, e insertas en la vida cotidiana universitaria, con el poder y dominio de los alumnos en los recintos no faltará mucho para cumplir el sueño que tiene todo porro antes de una prueba, ése de que los alumnos hagan clases y los profesores rajen (¡ojo! no que escapen, sino que reprueben). En tal escenario la estructura  del edificio universitario se nos caería a pedazos.

Para evitar aquello unos postulan que con esto del avance tecnológico, quizás sería conveniente que la universidad sea virtual, todo de manera digital, a puro notebook, tablet y celular, pero como nuestra generación de  educandos es nativa digital al primer pantallazo inaugurando el nuevo sistema, ya estaría caído, es decir hackeado, que sería igual que si estuviera tomado.

Una alternativa a explorar es el caso de la Escuela Invisible de Palo Alto, en USA,  que formó a varios sin que pisaran las aulas, era imposible porque era invisible; crear una universidad de ese tipo sería fantástico, en el sentido literal del término, podría estar aquí, allá o en otro lado, el problema sería cómo resguardar la vía de ingreso y pago de matrícula, además que no faltarían alumnos y profesores despistados que pasarían puro buscando en qué salas tienen clases.

Pero no deja de tener sus ventajas, porque una universidad invisible hace más difícil que sea tomada. En caso de movilizaciones estudiantiles el debate y la reflexión universitaria, sería, entonces, colosal, porque mientras los alumnos afirmarían que la universidad está tomada, la dirección universitaria refutaría aquello porque no se puede tomar físicamente algo que es inmaterial.

Pero, como siempre, triunfarían los justos, románticos e irreflexivos ideales estudiantiles e, incluso, alegarían excesiva violencia policial al ser desalojados, luego de lo cual volverían a tomársela, es que por la educación de calidad bien vale la pena dar tumbos contra la pared.

Claro está que lo de la universidad invisible sería tamaña tontera, sobre todo que nadie iría a clases, en sus aulas pulularían espíritus y fantasmas no existiría el enriquecedor diálogo tan propio del aprendizaje universitario, bueno, nada extraordinario a lo que  debe ocurrir en los silenciosos y desolados edificios universitarios tomados.

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