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La suerte de ser chileno


El Presidente Piñera estaba en lo cierto cuando dijo que Chile era un “Oasis”, porque de verdad los últimos treinta años fueron un oasis en la convulsionada historia chilena y la semana pasada, de sopetón, el país en el que creíamos vivir no era tal.
Medios extranjeros titularon que el oasis chileno más bien era un espejismo, aunque más apropiado sería calificarlo como Fata Morgana, esos castillos en el aire, ciudades imaginarias, esa ilusión óptica de la modernización capitalista que en el  camino al desarrollo nos deja, otra vez, como caso frustrado.
Porque las encuestas se equivocaron, no éramos tan felices como  contestábamos, convivíamos con una rabia larvada y, al igual como la tierra cada cierto debe descomprimir la presión, peor que un terremoto grado 9, el país explotó y dejó una grieta social difícil de cerrar.
Si el robo hormiga era lo que más inquietaba a las ganancias del retail, cuando se capturaba a un mechero el debate jurídico si traspasó o no la esfera de resguardo de las cajas era habitual en tribunales, litigación jurídica que, en la contingencia actual, suena bizantina.
Hoy los propietarios pagarían para que retornaran los solitarios mecheros, puesto que  las hormigas se multiplicaron, volvieron carnívoras, sin necesidad de oxicorte y a cara descubierta en un par de minutos acabaron con el inventario, dejando las estanterías vacías, si es que no las quemaron, tanto o más de lo que deben estar los supermercados de Caracas.
Pero la crisis trajo aparejado algo más, una prueba de fuego (nunca fue más apropiada la palabra) para nuestro sistema democrático y, también,  un nuevo biotipo chileno, uno que gracias a que sus padres vivieron las protestas en época dictatorial y creció en medio de la movilizaciones y barricadas estudiantiles de siglo XXI, mutó un gen que lo volvió inmune o resistente a las lacrimógenas.
Como todo movimiento social  busca su utopía o relato, el actual exige cambiar la forma de relacionarnos, una nueva forma de vida, otra estructura social, un gobierno cuyo principio rector sea la  igualdad y equidad, pero como el movimiento  es inorgánico, espontáneo, no hay lideres con quienes dialogar, los políticos según los encuestas están más desprestigiados que los tribunales se requiere urgente, al decir del sociólogo Carlos Ruiz: “reconstruir la polis y el vínculo de la política y el Estado”, para que no sea este el principio del fin de nuestra democracia. La calle, con justa razón, pide igualdad de trato, justicia, equidad y hay que otorgárselo, la pregunta es ¿cómo hacerlo?
Ante la comunidad internacional conviene presentarse como demócrata o, al menos aparentarlo, pero nadie sabe a ciencia cierta lo que surgirá, porque el sistema electoral está acabado, esa antigua manera de elegir gobernantes murió, no se sabe si fue una molotov, balín de goma o balazo.
En el cuento “Sufragio universal” de Isaac Asimov, pudiera estar la solución. Como uno es igual a todos, lo más equitativo sería contar con un sistema electoral digital que para las elecciones sortee a una persona, el único elector responsable de sufragar en representación de todos nosotros, el recuento de votos sería ágil y la comunicación de los cómputos casi inmediata, el país ahorraría dinero, tan necesario para reconstruir el Metro.
Pero, hay otra posibilidad, como el hecho mismo de sufragar resulta innecesario, nadie acude a votar, carecería, entonces, de legitimidad, lo más equitativo sería reproducir en el sistema electoral lo que se hace en el sistema educacional, una tómbola electrónica que contenga todos los números de cédula de identidad de los ciudadanos en edad de elegir o ser elegidos y, al azar, por la suerte de ser chileno, elegir a uno de nosotros para que se cruce la banda presidencial
En mi caso pediré me excluyan, no porque no me crea preparado, pero no tengo ánimo de gobernar, apenas puedo con mi voluntad que me suele tirar para un lado cuando quiero ir para otro; con la mala suerte que tengo es probable que salga premiado y si a la calle furibunda se le ocurre volver a gritar, nadie nunca tendrá asegurado el mandato y no habrá lugar en Chile que me quiera cobijar.
Son otros los que esperan reescribir la historia, liderazgos que surgirán de las calles y plazas ya sean los que disfrazados de populares, para ocultar que son de la élite, con retórica inflamada seducen a las masas por tuit. O los que se ven a sí mismos salvajemente buenos unos Gandhi o Martin Luther King. O, por cierto, los que ven una sociedad infantilizada que necesita un tanque o fúsil que la vigile para aprender a comportarse y esperan por un militar carismático, un tipo agradable, sincero, empático que comulgue con  ellos, un Perón o Chávez que quiera apaciguarnos. Cualquiera sea el caso ¡Dios no lo permita!, que por despertarnos, tal sea el costo que debamos pagar.


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