Poseo un timbre de voz monocorde, átono a lo más un sonsonete monótono, plano que suena
displicente y aburrido. Respiro simpleza por
los poros y como nunca tengo temas para conversar, finjo pasar por una persona
callada que prefiere escuchar.
Al dialogar conmigo
las pausas silenciosas son eternas, solo interrumpidas cuando mi interlocutor
se despide con la cortesía falsa:
“disculpa, pero me tengo que retirar”, lo cual no me ofende, ni molesta,
hasta lo agradezco reconozco que por mi
saliva muda, no puedo, ni sé intercambiar opiniones, menos relatar.
Pero una vez intenté
cambiar, me inscribí en un taller de Cuenta
Cuentos que dictaba en Temuco el dramaturgo Jorge Díaz, si bien soporté las
clases hasta recibí un diploma, fue inútil nunca aprendí la narración oral.
Luego intenté con la mímica, pero como soy de cuerpo más rígido que una roca,
ni aunque me enseñara Marcel Marceau aprendería siquiera a saludar.
Contrario a mí es Claudio Fierro, que el viernes último estuvo en Punta
Arenas, abogado de la capital, destacado litigante de recursos ante la Corte Suprema. Como lo suyo es la oralidad, oficia también de cuentas cuentos -que no es lo mismo
que leer un cuento en voz alta o ser cuentero- a través de la palabra busca
convencer, impactar ya sea a un Supremo o una persona cualquiera del público en general.
Debe sentirse poseído del espíritu de esos primeros hombres que alrededor de un fogón contaban historias a la tribu .
Fierro aprovechó su estadía para contar unos cuentos en ese templo del chovinismo puntarenense rococó que es el local
“La Perla del Estrecho”, allí con dos colegas abogados que le guitarrearon, sus
narraciones estremecieron y conmovieron a la audiencia que tanto sonrió, como
también lloró con sus historias.
Por cierto que también me emocioné, mientras le escuchaba recordé a mi
prima Marcela, que vive en Santiago y que asistió al mismo taller de Cuenta
Cuentos al que iba Fierro, de hecho se conocen.
Una vez que se presentó en un local yo estaba en Santiago y fui de incognito a verla, su actuación, era
que no, fue fantástica, como de un tiempo a esta parte soy de lágrima fácil, hasta
me dio pena, pero no por el cuento, sino por mí.
Porque durante la infancia convivimos con Marcela bajo el mismo hogar familiar en Natales, como
todo lo que ella se proponía ya sea estudiar, cantar, danzar o actuar lo hacía
genial, a nuestra tía Livia profesora de Castellano de la Escuela Consolidada, se le ocurrió
hacer la obra El Príncipe Feliz de Oscar Wilde y le dio a ella el papel de la
golondrina y, a mí, el de un silencioso y efímero sol. Mientras mi prima estaba
casi toda la obra en escena, decía largos parlamentos, yo pasaba unos segundos,
mudo y dentro de unas cartulinas enormes. Nunca nadie, ni mi propia madre supo
que ese astro rey que se golpeó con un árbol de utilería y casi echa abajo la
escenografía en plena puesta en escena era yo.
Pero tuve mi desquite en octavo año básico, para unas fiestas patrias se dramatizaría la primera junta de gobierno de 1810 y si bien en versiones anteriores
mi parlamento era gritar “Junta queremos”, esta vez, sería más extenso, nunca
para monólogo, pero si diría una diez líneas completas
El día del estreno el salón de actos del colegio estaba repleto, mi
levita de época impecable, los zapatos relucientes, se levantó el telón, esperaba
ansioso mi turno y llegó mi momento culminante, alcancé a pronunciar dos
palabras, quedé mudo, por un instante
estático, luego me senté con la cabeza gacha y las manos tapándome la cara
intentando no escuchar las risotadas y burlas de mis compañeros, ni como los demás actores se esmeraban en improvisar para salir del paso, estuve durante toda la obra en
tal posición hasta que se bajó el telón y pude escapar corriendo a casa.
No es que sea el fiel retrato de un artista frustrado, pero hasta ahí llegó mi expresión oral, tuve que aceptar mi saliva muda negada para el arte de contar.
Como no podia contarle cuentos a otros, intenté hacerlo de manera silenciosa conmigo mismo, eran puros cuentos chinos, no me los creí. Pero no me quejo, si ni yo mismo me escucho, menos, lo hará usted.
Pues escondes un cuenta cuentos agudo, de gran memoria, de giros increíbles, impensados, prolífico... que sana envidia!!!
ResponderEliminarPues escondes un cuenta cuentos agudo, de gran memoria, de giros increíbles, impensados, prolífico... que sana envidia!!!
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