Deben ser pocos
en Punta Arenas que no conozcan, o no hayan
oído hablar del profesor Fulvio Molteni, educó a muchos, formó personas y lideró
un liceo.
Quienes fueron
sus alumnos recuerdan con cariño su asignatura de Castellano, ya sea en enseñanza
media, prepararlos para la PAA o la PSU, cuestión a esto último estando
jubilado todavía se dedica, su pasión por educar con las letras la comparte con la
carpintería en su casa.
No tuve la fortuna
de estar en sus clases, pero lo veía siempre en el Liceo de Hombres y conocía
de su prestigio por mis primos mayores Chony y Coco que sí lo tuvieron.
La única vez
que estuve con él fue en Cuarto Medio, como solía pedir libros en la biblioteca,
la profesora jefe me nominó para decir unas palabras para el aniversario del
Liceo.
Pero si bien
yo leía un poco, menos aún escribía, mi texto fue un enredo de frases inconexas
y recurrentes, costumbre que, dicho sea de paso, mantengo hasta hoy para camuflar
mi ignorancia.
Como se leería
en un acto público, me mandaron donde el profesor Molteni para que me ayudara.
Don Fulvio no debe acordarse, fue el año 79 o el 80, me citó a su casa en calle José Nogueira donde comenzó a desmenuzar el texto, eliminó párrafos inconsistentes, amablemente corrigió errores gramaticales, faltas de ortografía y, aunque no era de esos profesores que usaran puntero o tiraran las patillas, yo me hundía avergonzado en la silla mientras lo escuchaba tachar y tachar líneas, al final no le quedó más remedio que rehacer el texto casi por completo para que quedara medianamente aceptable.
Don Fulvio no debe acordarse, fue el año 79 o el 80, me citó a su casa en calle José Nogueira donde comenzó a desmenuzar el texto, eliminó párrafos inconsistentes, amablemente corrigió errores gramaticales, faltas de ortografía y, aunque no era de esos profesores que usaran puntero o tiraran las patillas, yo me hundía avergonzado en la silla mientras lo escuchaba tachar y tachar líneas, al final no le quedó más remedio que rehacer el texto casi por completo para que quedara medianamente aceptable.
Pero me lo aprendí
tan bien, casi de memoria y me encariñé tanto con el que hasta me creí que
lo había escrito yo. Lo ensayé miles de veces, a los compañeros de la pensión
donde vivía los tenía aburridos de escucharme.
Como me conocía hasta
las comas, no me afectó que el día de su
lectura en la Plaza de Armas de Punta Arenas, una ráfaga de viento casi se
llevara unas hojas, nada importaba porque tuviera o no papeles en la mano, yo inmutable, lo podía seguir leyendo.
El caso es que
recibí aplausos, felicitaciones y me sacaron fotos que publicó La Prensa Austral,
mi madre guardó el recorte y lo mantuvo en su velador hasta su muerte, quizás con
orgullo y amargura contenidas releía la nota periodística preguntándose en qué momento se extravió ese hijo. Nunca me gustó esa nota, cuando la veía me frustraba porque sabía
que el texto no fue mío, sino de don Fulvio, pero nunca se lo dije a mi madre,
no tenía caso darle un nuevo desengaño, suficiente tenía ya con los otros que le daba yo, la pobre.
Cerca de veinte
años hace que retorné a Punta Arenas, por diversas razones y amigos comunes tuve
y tengo ahora más cercanía con don Fulvio, hasta le suelo enviar por email algunos
escritos que a veces responde, como sucedió con el email que recibí esta mañana: “Estoy feliz de poder leer tus sabrosos
textos. Espero seguir por mucho tiempo todavía, gracias, Fulvio”, no le contesté
que más dichoso soy yo de que el profe Molteni los leyera y, por supuesto, esta
vez no los corrigiera, aunque ganas no le falten.
Y eso que entonces se decía. ..la letra con sangre, entra.
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