Esta semana volvió a rondar la
idea de que soy un farsante, pero a diferencia
de otras veces, la sentí más real, hasta me dio miedo.
Sucedió después de recibir un
mensaje de Víctor Toloza director de El Mercurio de Antofagasta, como ambos pertenecemos a la generación 93 de Periodismo
de la UFRO, me envío una foto antigua de la tarjeta para la ceremonia de titulación
del año 98.
Le agradecí de inmediato por el
buen recuerdo, pero a esa ceremonia no asistí, después de varias carreras
truncadas lo único que yo quería era finalizar alguna, más que por tener un
cartón para impresionar o fotocopiar en un currículum, como terapia para demostrarme que era capaz de hacer útil .
Toloza me respondió que él tampoco fue y que ni siquiera aparecía su nombre en la lista de titulados, le digo bromeando
que si no asistimos, se podría pensar, entonces, que nunca nos titulamos.
Pero tal chiste me jugó una
mala pasada, porque esa noche tuve otra vez pesadillas de que reprobaba ramos, abandonaba la carrera, mi subconsciente, como está en duda la continuidad de la PSU, me hizo alucinar que me iba mal en la PAA porque llegaba
tarde a rendirla y la sala en que me tocaba estaba vacía, no podía entonces de ningún
modo trabajar de periodista institucional. No sé si a Víctor le pasó lo mismo y
soñó que no podría ser director, ni escribir siquiera el horóscopo, como tampoco cumplir el deseo de
ser kiosquero que, imagino yo, debe ser el de todo profesional de la prensa escrita
para leer diarios y revistas impresas gratis.
A la mañana siguiente lo primero que hice fue comunicarme con mi colega del norte para decirle que sería conveniente procurarnos
un abogado, porque podemos ser formalizados por ejercicio ilegal de la
profesión, yo seré expulsado del trabajo y él tendría que devolver hasta los
pasajes de cuando en su calidad de periodista viajó a Israel, Dubain, Kuwait,
Barhein, Arabia Saudi y Egipto.
Aunque correría a nuestro favor
que el periodismo, más que una profesión es un oficio y cualquiera con una cámara y grabadora (o solo
celular) lo puede practicar, por lo que resulta fácil de suplantar, ahí tiene usted los periodistas de
Facebook, tuiter y wasap.
Como me estaba psicoseando opté
por hacer zaping en Netflix, pinché el documental “El Mosad”, todo aquel que le
interesa la Historia de Medio Oriente, debería verlo, con beneficio de inventario
porque puede ser un publidocumental, en el mundo del espionaje nada es lo que
parece.
Me resultó cercano, no porque, hasta lo que yo sepa, tenga ascendencia
sefardí o visitado el Muro de los Lamentos, sino que el verano del año 2012 trabajaba con el defensor del joven israelí imputado de incendio del Parque Nacional Torres del Payne, hecho
que causó tal impacto que hasta llegó a la zona Gabriel Zaliasnik y un rabino que, afirmaba, justo
andaba de paso por la zona, los canales nacionales enviaron sus corresponsales, entre
la vorágine mediática había un periodista freelancer que venía de Brasil.
El colega extranjero, de nacionalidad
israelí, era un tipo agradable, educado, de muy bajo perfil, con cierto aire de recluta y un buen
dominio del español, entablamos conversación y me contó que estaba en Río de Janeiro
cuando supo la noticia y decidió venir a Magallanes.
Me solicitaba que hiciera
gestiones para que él entrevistara a su compatriota imputado, lo cual era imposible,
porque la familia quería el mayor resguardo
y cero publicidad, lo que era comprensible considerando que los natalinos estuvieron
casi a punto de lincharlo, pero el colega me insistía que les dijera que él estaba
allí, que les entregara un mensaje escrito o, por lo menos, que ellos percibieran su presencia, a lo cual yo, por solidaridad gremial, obedecí
Los días transcurrían, la situación
judicial del joven no terminaba, los periodistas seguían en Punta Arenas, lo que me permitía tener breves charlas con el reportero freelancer.
Por esa curiosidad natural del
gremio le preguntaba sobre la vida en Israel, cuando noté que nos teníamos cierto
grado de confianza le consulté si en su país
hombres y mujeres estaban obligados a cumplir con el servicio militar, pero no
me atreví a preguntarle si es verdad que los jóvenes israelíes luego de
hacer el servicio militar optan por venir en masa a la Patagonia porque esta
tierra será la nueva Sión o aquello no es más que otro mito para estigmatizar a
los judíos, no fuera a pensar que los magallánicos somos patudos.
Pero si le dije, en voz baja y con
un aplomo y seguridad desconocido en mí, lo que más que una pregunta fue una
afirmación: “¡Tú, eres del Mosad!”.
No me respondió, solo sonrió, esa
misma sonrisa misteriosa, pero sincera, la volví a ver en el rostro de los agentes
secretos del documental, como respuesta a una pregunta que preferían eludir.
Nunca más supe de Raz, que así
me dijo que se llamaba y no tengo motivos para no creerle, como tenía su número
de teléfono una vez intenté llamarlo, pero no contestó quizás por donde andará,
en un funicular del Pan de Azúcar, en los Altos del Golan o cazando noticias en
qué recóndito lugar donde, por cierto, no llega la señal.
Nos tienen rodeados... No somos ná, ni chicha ni limoná. Calcula que hay sapos en la "U" de Johnny. (Ah, todavía tengo pesadillas y despierto sobresaltado pensando en la titulación...y eso que me titulé hace rato y con distinción)
ResponderEliminarJusto hoy comencé a ver El Mossad en Netflix. ¿Será que los israelitas se dieron cuenta que es fácil tomarse la Patagonia chilena porque al Estado local poco le importa?
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