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¡Hola! ¡Chao!


Pocas veces viajo a Santiago, pasan años que no voy y cuando lo hago como siempre es por trabajo, casi nunca por placer, la estadía en la capital no dura más de tres días, aparte del motivo principal de mi ida procuro visitar a un par de personas, el tiempo no da para más, a veces resulta y otras no, bueno no tengo tantos conocidos tampoco.

Lo anterior se lo comenté a mi jefa del nivel central cuando me informó que  debía ir por dos días a la capital.  

Si bien evito volar, me vuelvo cada vez más terrenal y me gustaría llegar a Santiago por mar, pero es imposible, me alegré porque fuera de mi horario de trabajo, podría charlar con algunos conocidos con quienes me comunico por correo electrónico, pero no resultó porque en Santiago, como Ciudad de México o Nueva York, sus habitantes viven con el tiempo justo, agitados y deben aprovecharlo al máximo.

El primer día fui a visitar a un sociólogo que trabaja en el sector norte de la capital, pero andaba de viaje. Después se me ocurrió que sería una agradable sorpresa que sin avisar fuera a saludar a un conocido que trabaja en una universidad de la capital -tal como lo había hecho con otro hace años y me había dado resultado- pasé por su oficina de la Facultad dos veces, pero la secretaria me dijo que no estaba, le esperé cerca de una hora afuera de la Facultad, me sirvió para capear el calor, porque literalmente transpiraba entero, hasta alcancé a tomar un jugo en la cafetería universitaria y respirar ese aire especial que dan los campus de la Academia. 

Le vi llegar conversando con un colega, ingresó al pasillo del establecimiento y tuve la patudez de tocarle el hombro -izquierdo, por supuesto, es del mundo progre- y llamarle por su nombre. 

Le pregunté  si se acordaba de mí, me contestó, como si fuera  un buen político: "Sí, si, ¡claro!", le expliqué que pasaba a saludarle y, muy cortés, como corresponde a un caballero, casi con timidez, me dio las gracias y se retiró. 

Puede ser que yo esté muy cambiado tanto que no me reconoció, después de todo nos hemos visto sólo un par de veces, más aun si como es sociólogo sabe distinguir grupos sociales, pero no individualidades.

Aunque yo me lo busqué por imprudente, me dio  cierto grado de pena, no porque me haya sentido ignorado, más bien que como provinciano vulneré el anonimato de las grandes  urbes, pero a medida que pasan los años la única expresión de rebeldía que me queda es saltarme en ocasiones, escasas, por cierto, no tengo espíritu revolucionario, las costumbres sociales.  

Pero lo sentí más por él, su trabajo lo tiene ensimismado  las ciencias sociales son subjetivas y para cultivar un pensamiento racional se debe evitar expresar sensibilidad.

Como nuestra  comunicación fraterna es por émail, le acabo de preguntar  si él, al igual que yo piensa que las conversaciones breves son las que más lecciones dejan, me respondió que lamentaba no poder reunirnos, le dije que no importaba que para otra ocasión será, como le tengo afecto quise también enviarle el verso aquel “los amigos se hablan, cuando están más callados” de Pedro Prado, pero no era para tanto, porque para la próxima vez iré de corpóreo, ahí sí que me reconocerá.


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