Ir al contenido principal

La Carta o el email


 La Democracia Cristiana pareciera tener una especial predilección por ventilar  sus controversias a través de misivas. Si el 13 de septiembre de 1973 un grupo de sus militantes firmaron la histórica “Carta de los 13” condenando el Golpe de Estado y hace un par de años 26 democristianos rubricaron la carta: “Progresismo sin progreso: ¿El legado de la Nueva Mayoría para Chile?”, pidiendo al gobierno de la Nueva Mayoría corregir el rumbo; ahora fue el senador Francisco Huenchumilla quien en una carta a su partido pide evitar las ambigüedades y definirse como opositor al actual gobierno. Lo de escribir cartas estaría, entonces, en el ADN de todo camarada  decé y redactar una debe ser casi ritual iniciático.
En “El cerebro del futuro ¿cambiará la vida moderna nuestra esencia”, Editorial Planeta 2018, Facundo Manes y Mateo Niro, tal cual en sus libros anteriores “Usar el cerebro” y “El cerebro argentino”, combinan neurociencia con literatura, pero esta vez más que poemas, párrafos de cuentos o novelas, utilizan cartas y diarios de vida de autores universales, lo que da como resultado nuevamente un libro que puede ser leído tanto como de divulgación científica de la neurociencia o bien una antología literaria, como definió a “Usar el cerebro” uno de los presentadores del libro en Chile el año 2014.
Todos más de algunas veces hemos escrito cartas ya sean melancólicas, alegres, románticas, apasionadas o hirientes. Algunas deben haber sido racionales, otras esquizoides, locuaces y sintéticas.
De todo tipo, casi divinas, siniestras, formales o sarcásticas, también prosaicas o “llenas de poesía que le devuelven la alegría”, como la de Zalo Reyes, también anónimas o con remitente conocido, tanto es así que Rilke envió una a “un joven poeta”, la Fallaci a "un niño que nunca nació" y Cortázar a "Una señorita en París", fue precisamente este último autor quien dijo "Yo he escrito muchas cartas y fuera de las estrictamente circunstanciales (que no se pueden evitar muchas veces) he dejado en cada una de ellas mucho de mí, mucho de lo mejor y peor que hay en mi mente y sensibilidad".
Pero, sin lugar a  dudas, de todas las cartas, la más famosa es la Carta Internacional de los Derechos Humanos de Naciones Unidas.  Aunque Huenchumilla debe tener de cabecera la “Carta confidencial a los chilenos” de su peñi Elicura Chiuailaf.
En mi vida he recibido algunas, pocas, por cierto, y lo de escribir otras se cuenta con los dedos de una mano, por suerte, ya que me avergüenzo de ellas, más que por su contenido, por los errores ortogramaticales, aunque si bien no tiene excusas lo de ser porro o escribirlas con resaca, resultó ventajoso porque fueron indescifrables, un enigma que hasta a un tal Alan Turing le quedaría grande.
Hoy escribir cartas ya no se estila, aunque algunos siguen enviando las suyas a los diarios, se prefiere la rapidez y conversación virtual del email, porque  el lenguaje emoticón de wasap todavía no tiene su alfabeto unificado.
Lo paradójico del correo electrónico es que si bien nos acerca nos ha vuelto fríos, impersonales, casi misántropos digitales, porque si antiguamente cuando recibíamos una carta estábamos casi obligados a abrirla y leerla en silencio y solitario o, por lo menos, que alguien nos la leyera en voz alta, nadie era tan desgraciado para romper o quemar una carta cerrada, ello era considerado casi un atentado contra la humanidad, una falta de respeto y desconsideración con quien se dio el trabajo de escribirla; porque con la escritura comienza la historia y nadie quería irse a la tumba intrigado sin saber lo que decía una carta que destrozó, lo  cual llevaba a que muchos se vieran obligados a responder, con caligrafía bonita, tinta y pluma inclusive, hasta las horribles cadenas.
Pero hoy día nadie se inquieta por enviar a la cesta de la basura los email sin abrir, incluso algunos lo usan como terapia de relajación y no sobreviven intrigados.
Y eso que en un  reciente  artículo del  New York Times  el psicólogo organizacional Adam Grant señala que no responder correos habla mal de uno y de su productividad; por el contrario, la respuesta rápida es señal de que uno es organizado, confiable y trabajador, además personas que son descorteses en línea lo son también en persona. “Una respuesta, por más breve que sea, muestra más cortesía y profesionalismo que el silencio” asegura Grant.  Aunque, por seguridad informática, no se trata de que uno deba ponerse a responder como loco hasta los correos spam.

Sus camaradas decé le contestaron a Huenchumilla que lo de su carta era una práctica anticuada, que estaba demodé, fue un llamado a que se actualice e intentara con el email, pero corría el riesgo que su correo cayera a la bandeja de los no deseado.

Comentarios