En “El
cerebro del futuro ¿cambiará la vida moderna nuestra esencia”, Editorial
Planeta 2018, Facundo Manes y Mateo Niro, tal cual en sus libros anteriores
“Usar el cerebro” y “El cerebro argentino”, combinan neurociencia con
literatura, pero esta vez más que poemas, párrafos de cuentos o novelas,
utilizan cartas y diarios de vida de autores universales, lo que da como
resultado nuevamente un libro que puede ser leído tanto como de divulgación
científica de la neurociencia o bien una antología literaria, como definió a “Usar
el cerebro” uno de los presentadores del libro en Chile el año 2014.
Todos más
de algunas veces hemos escrito cartas ya sean melancólicas, alegres,
románticas, apasionadas o hirientes. Algunas deben haber sido racionales, otras
esquizoides, locuaces y sintéticas.
De todo
tipo, casi divinas, siniestras, formales o sarcásticas, también prosaicas o
“llenas de poesía que le devuelven la alegría”, como la de Zalo Reyes, también
anónimas o con remitente conocido, tanto es así que Rilke envió una a “un joven
poeta”, la Fallaci a "un niño que nunca nació" y Cortázar a
"Una señorita en París", fue precisamente este último autor quien
dijo "Yo he escrito muchas cartas y fuera de las estrictamente
circunstanciales (que no se pueden evitar muchas veces) he dejado en cada una
de ellas mucho de mí, mucho de lo mejor y peor que hay en mi mente y
sensibilidad".
Pero, sin
lugar a dudas, de todas las cartas, la más famosa es la Carta
Internacional de los Derechos Humanos de Naciones Unidas. Aunque
Huenchumilla debe tener de cabecera la “Carta confidencial a los chilenos” de
su peñi Elicura Chiuailaf.
En mi
vida he recibido algunas, pocas, por cierto, y lo de escribir otras se cuenta
con los dedos de una mano, por suerte, ya que me avergüenzo de ellas, más que
por su contenido, por los errores ortogramaticales, aunque si bien no tiene
excusas lo de ser porro o escribirlas con resaca, resultó ventajoso porque
fueron indescifrables, un enigma que hasta a un tal Alan Turing le quedaría
grande.
Hoy
escribir cartas ya no se estila, aunque algunos siguen enviando las suyas a los
diarios, se prefiere la rapidez y conversación virtual del email, porque el
lenguaje emoticón de wasap todavía no tiene su alfabeto unificado.
Lo
paradójico del correo electrónico es que si bien nos acerca nos ha vuelto
fríos, impersonales, casi misántropos digitales, porque si antiguamente cuando
recibíamos una carta estábamos casi obligados a abrirla y leerla en silencio y solitario
o, por lo menos, que alguien nos la leyera en voz alta, nadie era tan
desgraciado para romper o quemar una carta cerrada, ello era considerado casi
un atentado contra la humanidad, una falta de respeto y desconsideración con
quien se dio el trabajo de escribirla; porque con la escritura comienza la
historia y nadie quería irse a la tumba intrigado sin saber lo que decía una
carta que destrozó, lo cual llevaba a que muchos se vieran obligados a
responder, con caligrafía bonita, tinta y pluma inclusive, hasta las horribles
cadenas.
Pero hoy
día nadie se inquieta por enviar a la cesta de la basura los email sin abrir,
incluso algunos lo usan como terapia de relajación y no sobreviven intrigados.
Y eso que
en un reciente artículo del New York Times el
psicólogo organizacional Adam Grant señala que no responder correos habla mal
de uno y de su productividad; por el contrario, la respuesta rápida es señal de
que uno es organizado, confiable y trabajador, además personas que son
descorteses en línea lo son también en persona. “Una respuesta, por más breve
que sea, muestra más cortesía y profesionalismo que el silencio” asegura Grant. Aunque,
por seguridad informática, no se trata de que uno deba ponerse a responder como
loco hasta los correos spam.
Sus
camaradas decé le contestaron a Huenchumilla que lo de su carta era una práctica
anticuada, que estaba demodé, fue un llamado a que se actualice e intentara con
el email, pero corría el riesgo que su correo cayera a la bandeja de los no
deseado.
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