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Mis días de blanco


Un paciente que se paseaba con un estetoscopio por los pasillos del hospital clínico regional fue denunciado por la dirección del nosocomio por hacerse pasar por médico, pero la fiscalía sobreseyó la causa ya que el individuo padecía cierta alteración mental, además que no auscultó a nadie ni extendió receta.
Cuando ocurren casos de este tipo el gremio de los galenos actúa rápidamente, y no por cuestión de egos, sino porque hay que cuidar el prestigio profesional, más todavía  ahora que se está copando el mercado con la llegada de médicos que estudiaron en el extranjero o porque hay más universidades que imparten la carrera de medicina, muy pronto cualquiera podrá ser médico y puede ocurrir lo mismo que con los abogados, rodar peldaños abajo en la escala social. Porque de todas las profesiones, la del médico está en la punta de la pirámide social, lo que viene de antiguo con los hechiceros.
El delantal blanco arrasa, es grito y plata, bien lo sabía Michelle Bachelet, que de cuando en cuando lo usaba, pero todos más de una vez en la infancia jugamos a ser doctores, tanto como a policías y ladrones. Quizás si hasta los seguidores de Guevara y Allende lo son más que por las ideas políticas que ambos profesaban, porque estos fueron doctores.
También yo tuve mis días de blanco cuando trabajé de portero en un hospital, si bien no usaba bisturí ni estetoscopio, tenía cercanía con los pacientes porque era quien los entraba o salía a llamarlos para su atención.
Se podría decir que con los médicos éramos cuasi colegas, nos teníamos confianza, tanto que en los turnos de noche tenía que ir a la residencia a avisarles que en el box de urgencia había un paciente, ahí entendí que la profesión médica no es para cualquiera, es tan esforzada que cuando algunos caen en un sueño profundo les costaba más de una hora despertarse y cuando se levantaban lo hacían de mala gana, comprensible, por cierto, a nadie le agrada que de madrugada lo despierten.
Otras veces me mandaban a comprar bebidas al boliche cercano, incluso cigarrillos, porque en esos tiempos sí que se fumaba, recuerdo que en el turno con un viejo pediatra le compraba siempre dos cajetillas de Hilton blanco, se quedaba con una y la otra me la regalaba; otros, en cambio, no daban ni las gracias, uno se enfureció conmigo porque cuando dejé la Coca-Cola en la mesa  le dije “de nada”, pensó que me burlaba delante de sus colegas, no voy a decir que no me asusté, porque el tipo era traumatólogo y con el cortador de yeso capaz que me aforrara, le pedí, entonces, que me excusara porque había escuchado clarito que me había dicho ¡Gracias!
Cada semana llegaba un mismo joven porque lo habían apuñalado en la cabeza, al principio yo corría con la camilla pero por ninguna parte sangraba, el muchacho, que estaba de atar, era un pacífico cliente habitual con el fin que lo devolvieran a casa en la ambulancia, pero salía caminando frustrado sobándose el trasero por la inyección de pura agua destilada.
Una tarde vino a verme al turno un pariente lejano, oficial retirado de carabineros, su veterana madre había muerto hospitalizada, conversamos un rato y a pito de nada me contó que para el 73 estuvo destinado en Punta Arenas, “pero acá fue todo tranquilo, no matamos a nadie” dijo, luego me pidió por favor si yo podía ir a la morgue a vestir a su madre, porque él no lo soportaba, accedí al tiro para eso son los parientes.
Otra noche de una funeraria me ofrecieron ser buitre, solo debía avisar cuando falleciera un paciente para que los de la carroza fúnebre se presentaran, solo una vez lo hice, fue cuando andaba corto de plata.
El delantal blanco me duró dos años, cuando lo colgué pensé que nunca más lo vería, y no porque crea más en la medicina alternativa o la medicina mapuche que posicionó en la Salud Pública Miguel Ángel Solar, pero llego a casa y están viendo  Anatomía de Grey.
-¡Por favor doctor, deme algo, que no lo soporto más!-

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