Soy un ser envidioso, lo reconozco, sobre todo de esos
tipos prolíficos, no en descendencia sino en la escritura, los que sin mayor
esfuerzo pueden publicar un libro al año, ya que si se dedicaran a ello bien
podrían ser más de tres. Los que van por la vida dejando libremente volar la
pluma para firmar sus artículos semanales, mientras uno por más que lo intente
con aroma terapia, caminatas o tres duchas diarias para que aflore
la creatividad, apenas alcanza para una fome frase de tuit.
Pero más que los narradores de ficción, con los que más
me pico, es con los filósofos o los que sin serlo para profundizar sus escritos
hacen un pertinente uso de ella.
Cuando se lo comenté a Yislén, con esa agudeza suya, se burló de mí, dijo que
será porque yo también quise ser filósofo, pero ganó el ser borracho. Porque de
hecho cuando salí de enseñanza media con la juvenil ilusión a cuestas y lo que
ya despuntaba como una pasión rampante, estuve un año en una universidad
católica porteña, pero el seso me dio solo para captar algo de los
presocráticos y un poco de los sofistas, siendo que con estos últimos
debería ser más cercano.
Confieso que nunca me sentí tan ignorante, no estudiaba y
sucumbí al encanto porteño, en lugar de asistir a clases prefería ir al Barrio
Chino a dialogar, porque sin pecar de soberbio lo que es yo con trago creía
tener la actitud de un charlatán espectacular, ya que sobrio era -y soy-
de una simpleza tal incapaz de hilvanar una idea razonable.
Como era de esperarse mi paso por la academia fue breve,
reprobé Latín y me echaron, me fui unos meses a Valdivia,
traía conmigo dos libros una "Historia de la Filosofía" de Julián Marías y “Los
diálogos de Platón”, ademas, por cierto, de mi dipsomanía a cuestas, ambos los empeñé para comprar
entradas al partido del equipo argentino de baloncesto Obras Sanitarias,
que con Eduardo Cadillac de conductor estaba de gira por Chile y
jugaría en el coliseo valdiviano, y no porque me creyera eso de "mens sana in corpore sano", sino que como en Natales había sido lector de El Gráfico, conocía la trayectoria del equipo que el año 83 seria Campeón Mundial de Clubes, el partido fue emocionante y mi despedida de la filosofía ilustrada.
Después llegué a Temuco, pasé por la UFRO, pero más por "Don "Moíses" y "La Curicana", fui conocido como "El Piloto", si
alguien tenía sed me buscaba, el mote
aquel si bien no me gustaba, lo soportaba, tenía, aunque ridículo, un sello que
me diferenciaba, ademas que gracias a mi seudo pensamiento ilustrado me manejaba con dos o tres frases filosóficas para impresionar.
Pero en el fondo mi vida era una miseria, disfrazaba mi tentación
autodestructiva con que buscaba la “verdad” en los humores espirituosos de los
bares, como era lógico que allí no la encontraría no quiero imaginar que
hubiese pasado si la hallaba, lo más probable fuese que se me espantara la curadera y lúcido, muerto
de miedo, no me quedara otra opción que escapar.
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