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Realismo cruel


No cabe duda que el trabajo del Ministro de Hacienda debe ser agobiante y que los titulares de la cartera se vuelvan seres depresivos cuando se discute anualmente el aumento del salario mínimo, tampoco.

Por tal trance estaría pasando el actual ministro Felipe Larraín, como lo demuestra la respuesta que entregó a la petición de la dirigenta de la CUT (Central Unitaria de Trabajadores) Bárbara Figueroa de aumentar el salario mínimo a  420 mil pesos. Según el ministro “las aspiraciones muy legítimas tienen que ser contrastadas por la realidad y con las posibilidades que tenemos” y propuso en su lugar un sueldo de un poco más de 283 mil pesos.

Como  las personas que padecen depresión suelen ver las cosas tal cual son, en su cruel y cruda realidad, lo que se conoce como realismo depresivo, el ministro en su fuero interno  debe reconocer que en Chile la brecha salarial es abismal y la desigual  distribución de la riqueza brutal, con un sueldo de 283 lucas quedamos para vergüenza de la OCDE y, a ese paso, ni en el siglo 22 alcanzaremos el desarrollo.

Pero ello el ministro lo puede sobrellevar, de seguro, con  tomar, diariamente, de a puñados pastillas de Prozac, que tiene que haberle recetado un siquiatra, porque de lo contrario cualquiera en su lugar ya hubiera renunciado. Soporta estoicamente la difícil situación, porque debe considerar que está extinta ya en Chile la vieja antinomia marxistas/capitalistas que al principio de los setenta llevó al caos institucional y económico tras categorizar a la gente en comunachos y fachos, zurdos o momios. 

Porque Larraín, quizás piensa, que hoy día en Chile hay más personas optimistas de lo que se cree, entre estas los dirigentes de la CUT, hombres y mujeres confiados y soñadores en un virtual éxito económico del país, a diferencia de él quien no es que sea autoflagelante o autocomplaciente, sino que su negativismo aumentó toda vez que su colega de economía recomendará a  los empresarios invertir su dinero fuera del país.

Con toda razón no le queda más que ser pragmático,  realista y, aunque no pueda decirlo públicamente, pensar que Bárbara Figueroa es ilusa, idealista.


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