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"Cuando el mundo está canalla..."


El 24 de diciembre de 1986 Buenos Aires despertó con la promulgación de la Ley de Punto Final, dictada por el gobierno radical de Raúl Alfonsín que significaba la impunidad para los militares represores durante la dictadura militar argentina, a la mañana siguiente, en murallas de la capital trasandina aparecieron rayados que asemejaban regalos navideños con la leyenda: “¿Qué te trajo Navidad? la impunidad para los asesinos”, firmados por el grupo grafitero “Los Vergara”, un colectivo de amigos que se constituyeron en emblema de creativas pintadas urbanas de denuncia social, política y cultural en Argentina, algo así como en Chile fue la Brigada Chacón pero mucho más irreverentes que estos últimos.

Por esos años yo tuve mi primera experiencia con el spray y aunque soy cobarde, con un toque de yerba y aguardiente no existe miedo incapaz de superar, cierta noche con un amigo nos aventuramos hacia las blancas murallas de la antigua Casa de Máquinas de la Estación Ferroviaria de Temuco, en calle Barros Arana, para garabatear no sé qué cosa, porque cuando al otro día tomé la micro 6 con el único fin de pasar por el lugar y disfrutar en incógnito silencio mi hazaña, resultó vergonzoso, el grafiti era indescifrable, como cuesta años asumir las consecuencias de las adicciones, justifiqué lo del rayado con la mala caligrafía que me persigue de cabro chico.

Debieron trascurrir varios años para que volviera a tener otra oportunidad con el grafiti, el año 1991 junto a dos recientes amigos nos propusimos para el 11 de Septiembre salir a rayar, nuestro objetivo fue el frontón de cemento de la universidad estatal en calle Zenteno esquina Angamos en Punta Arenas, pero esta vez no me dejaron ni batir el spray, mi rol se limitó a hacer de loro y avisar si se divisaba la policía mientras uno de los tipos con caligrafía bonita, casi de profesor normalista, trazaba: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche: 11 de Septiembre de 1973,” porque resultó que mi compañero de pintadas se creía poeta, un poco cursi si se quiere, pero poeta al fin y al cabo, uno de esos románticos empedernidos tanto que días después la que, por entonces, era mi esposa me abandonó por él dejándome solo, deprimido, flaco, sin hogar y con la frustración inmensa de no haber siquiera puesto un punto sobre la “i” en el grafiti. Me juramenté, entonces, nunca más volver a rayar, ni con un plumón en los baños.


Hasta ahora, luego de conocer que jueces de la Corte Suprema otorgaron la libertad condicional a siete presos de Punta Peuco condenados por violaciones a los derechos humanos durante la dictadura gorila, tal cual si sus delitos hubiesen sido delitos comunes y no de lesa humanidad, mi primer impulso fue volver a tomar el spray. 

Sin embargo, ocurre que si antes tenía tan mala letra que en la universidad un comprensivo profesor me pedía que rehiciera en su presencia las pruebas, mientras otro luego de advertirme que no corregiría mis exámenes me exigió volver a los cuadernos de caligrafía de básica, con el paso del tiempo y el uso indiscriminado del teclado mi escritura se atrofió, es horrorosa, peor que la de médico, que ya es mucho decir, no puedo escribir en letra manuscrita, ni tampoco en imprenta, porque ni yo me entiendo, a lo más escribo con iniciales y siglas, lo que si bien ayuda a cultivar mi memoria, esta suele fallar y, a menudo, me devano la sesera recordando qué significarán esas cuantas grafías escrita con birome azul en mi block de cartas.

Como cerca ya de los sesenta al fin soy un tipo maduro, aunque algunos no lo crean, consciente de mis limitaciones y por temor a que pasados treinta años vuelva a hacer el ridículo, contuve entonces el impulso inicial y abandoné de improviso la fila de la ferretería ante el asombro de la cajera que se disponía a cobrarme el spray. Me justifiqué con que en Punta Arenas, con esto del arte urbano, quedan pocas murallas para pintar y como los peatones caminan absortos sin sacar sus ojos de las pantallas de sus celulares, de poco serviría un mensaje en la calle, porque nadie lo leería.

Lo cual lejos de amargarme, me iluminó pensé que era una oportunidad para superar mis carencias caligráficas y el indomable temblor de manos, como en word hay familias tipográficas para regodearse, cualquier escritura queda preciosa y en las redes sociales se valora la lengua viperina, la cual me jacto bien larga de poseer, podría entonces tener mi propio muro de Facebook, llamé entonces a mi hija Natalia para que me ayude crear uno, tan pronto se lo pedí contestó: “Pero papá, hoy casi nadie, solo los viejos, usa Facebook, todos los demás ocupan Instagram”, y ahí murió el sentido anhelo de emular a "Los Vergara", pensar que tenía la genial, única y creativa idea de manifestar mi descontento con el fallo judicial rayando en la muralla una 😞.



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