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Ángel malo


En la Historia de Chile se conoce como “La cuestión del sacristán” del año 1856 a un conflicto entre la Iglesia Católica y el Estado que derivó en la división del gobierno, del sistema político y demostró el poder e influencia que ejercía la Iglesia en la sociedad.

El actual cardenal Ezzati, citado a la fiscalía imputado como presunto encubridor de abusos sexuales, debe recordar tal suceso histórico mientras recorre solitario la catedral metropolitana en busca de un ángel malo que se posó en el campanario metropolitano y se niega a volar.

¿Será el espíritu todavía ebrio del sacristán Pedro Santelices que trajo estas desgracias? ¿o acaso es la híper sexualidad dramatizada del Cura Reynaldo que transmite en horario nocturno cierto canal y hace que la gente piense que todos los sacerdotes sean igual? se preguntará el cardenal, lamentándose, quizás, por haber permitido que la UC venda el 13, porque hubiesen podido ordenar que hicieran urgente un remake del Padre Gallo de Arturo Moya Grau para contrarrestar.

Lo de citarlo a declarar ante la fiscalía, a ojos cardenalicios, debe ser una ignominia, propia de una  cacería de curas desenfrenada alentada en redes sociales por el individualismo y materialismo rampante que, si bien son peligrosos para la vocación religiosa, la oportunidad de conocer quién es quién, poner a prueba la fe y florezcan los nuevos mártires católicos del siglo XXI, porque hoy en día es mejor ser visto como ateo, agnóstico, hasta canuto si se quiere, pero no cura.  

Porque ahora nadie quiere aparecer al lado de los sacerdotes y se corre el riesgo que comiencen a abandonar la Iglesia los antiguos benefactores, esos poderosos católicos de misa diaria, dominical u observante, que acudían arrepentidos en busca del perdón de sus pecados, donaban más que el diezmo para comprar la mejor eternidad, ya que si en la vida terrenal hay diferencias de clase, lo natural sería que en el paraíso también haya cota mil. Pero los confesionarios comienzan a apolillarse y, a tanto habrá llegado la maledicencia humana,  son cada vez menos los que se ocupan de la salvación de su alma.

Con todas estas cuestiones en su  solideo, cómo  reprochar que, por esta vez, el cardenal no vaya al Tedeum a levantar su báculo para sermonear.

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