Como aún queda pasión
mundialera, para gloria del ego francés, no faltarán semiólogos
criollos que desempolven los escritos de Roland Barthes para analizar la reciente
polémica por la vestimenta de un expositor invitado a una Comisión del
Parlamento.
Para superar de una vez por todas dicha discusión
parlamentaria, si bien en cuestión de gustos no hay nada escrito, se hace
necesario que los diputados legislen en torno al buen uso de la vestimenta -a
los varones me refiero, porque las mujeres no tendrían problema- con el fin
de evitar que algunos, sin un mínimo de decoro, se arranquen con los tarros y se pongan lo primero que encuentran a mano cuando se levantan para ir a la Cámara .
Considerando que muchos se deben considerar
obreros de la política, deberían por tanto usar un buzo igual para todos, como
el de Clotario Blest, pero se criticaría
estar muy ideologizados y ser tipos anacrónicos.
Como por la variopinta composición del Congreso
es muy difícil unificar criterios, se hace conveniente llamar a licitar la vestimenta, invitando a participar en dicho concurso a
diseñadores y casas de moda nacionales e internacionales, ya que con
la globalización de la comunicaciones lo que pasa en el hemiciclo
chileno marca tendencia en la política internacional comparada y no se vería
bien que nuestros señores políticos, y los que acudan a las comisiones,
vistan piltrafas.
En razón que el tiempo apremia, el trámite de la
discusión debe ser urgente para que no afecte al resto de los
proyectos que están estancados, se podría, por esta vez,
saltar la engorrosa licitación y vía trato directo contratar al diseñador Thom
Browne para que, al igual como lo hizo con el primer equipo del FC Barcelona,
vista a los honorables diputados y senadores del Congreso Nacional.
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