Érase un Ministro a su
lengua atado, érase de una incontinencia verbal superlativa. Cierto día dijo: “Todos los días recibo reclamos
de gente que quiere que el Ministerio le arregle el techo de un colegio que
tiene goteras. O una sala de clases que tiene el piso malo. Y yo me pregunto:
‘¿Por qué no hacen un bingo?’ ”.
Otra vez cansado de recibir diariamente wasaps de los alcaldes que le piden
plata para poder pagar cotizaciones previsionales de los profesores, pensó contestarles: “¿Por qué no hacen completadas en
los colegios?”, pero se contuvo a tiempo, temió, no que por la literalidad de sus
palabras pudiera ser malinterpretado,
sino porque se ganaría el reproche de aquel senador que está en franca lucha contra la
comida chatarra y logró que sea erradicada de los colegios.
Pero una inquietud ronda últimamente al Ministro, como está seguro
que en el fondo sus palabras tienen razón, con hidalguía se pregunta si de
verdad él es el más apto para el cargo o, acaso, no debiera mejor renunciar y reconocer que el más indicado para la cartera es Don Francisco.
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