Un grupo de parlamentarios de distintas
bancadas unidos por su afición a Shakespeare, al percatarse que algo olía a
podrido en el combate a la delincuencia, propusieron hace unos años darle más
atribuciones a las policías para desarrollar su labor de prevención del delito.
Basándose, aunque lo negaron, en la impopular
detención por sospecha, legislaron para que las policías puedan
pedir la identificación de cualquier persona que les huela iba a cometer un
delito o ser un eventual peligro para la seguridad de la sociedad.
Esta facultad, que para
algunos podía ser subjetiva y discriminatoria, tenía su fundamento racional en
experimentos científicos de la otorrinolaringología que habían comprobado que
los sabuesos policiales tenían una glándula pituitaria híper desarrollada que
les permitía tener un olfato infalible para detectar el peligro y, con
solamente oler a una persona, saber que era un malhechor. Algo así como un
sexto sentido odorífero para capturar delincuentes, como los canes
antidrogas o antibombas.
Lo anterior, llevó a decir que
los que querían esta nueva ley más que fieles lectores del Hamlet de
Shakespeare, eran fans de Miriam Hernández y se pasaban las
horas escuchando “Huele a peligro”.
Para los detractores, esos a los que les costaba un
mundo reconocer los avances de las ciencias forenses, se podía caer en
arbitrariedades y vulnerar el libre tránsito de las personas, que era como
decir que las policías serían fácilmente impresionables, no de gatillo, pero sí
de olfato fácil.
Sin embargo, los entusiastas de esta ley, confiaban
que ello no ocurriría, salvo situaciones esporádicas de detenciones
erróneas sobre todo en época de invierno cuando los policías estuviesen resfriados o padeciendo congestión nasal pero, para subsanar aquello, señalaban que
junto al bastón retráctil, pistolas, municiones y gorras se le debía asignar como cargo a
cada policía una caja de Nastizol diaria.
Prueba de que la capacidad olfativa policial era
real lo constituía el hecho de que en Magallanes, hace unos años, en un sector
rural de Punta Arenas, por un supuesto delito de abigeato, detuvieron un
vehículo porque emanaba un fuerte olor a capón en la cajuela.
Y, hace otros tantos, en una persecución policial
de un vehículo en marcha arrojaron a la carretera dos paquetes encendidos que,
al olfato de los organismos de orden y seguridad, era marihuana, si bien los
ocupantes fueron detenidos debieron luego ser liberados ya que ni en el
habitáculo, ni en el posterior rastreo de la carretera se hallaron rastros de
otra yerba que no sea el chascón coirón austral, eso sí constataron que liebres
y conejos silvestres tenía los ojos rojos y parecía que guanacos y ñandúes
andaban muy risueños.
Ahora bien para que esta creativa ley perdurara en
el tiempo pidieron incorporar como requisito para el ingreso a las escuelas
policiales que los futuros postulantes posean una nariz privilegiada, casi de
Cyrano, enólogo o catador de perfumes, porque se sabe que la delincuencia suele
cambiar su modus operandi y, para cometer sus fechorías, buscaría
volverse inodora.
Comentarios
Publicar un comentario