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Hombre al agua


Hay oportunidades únicas en la vida que no deben dejarse pasar porque pueden representar un giro copernicano en nuestra existencia; por ello no dudó el candidato Lagos el año 88 en un programa de TV  apuntar con su índice  al dictador Pinochet; ni Cavada en reportear a medio filo arriba de un blindado aliado el colapso de la estatua de Hussein, con que se puso fin al régimen iraquí; menos dudó Bachelet  sonreír a bordo de un tanque del ejercito chileno, siendo ministra de defensa; y ni qué decir del llanto mocoso en vivo y en directo y para todo el país de Solabarrieta, por la presea dorada de Massú en los Olímpicos de Atenas.

Imágenes que han pasado a ser parte ya del mediático imaginario colectivo nacional, catapultando a sus protagonistas al sitial más alto del mediático fervor popular, casi unos héroes.

Un  lunes de marzo en el coffe break de unas jornadas de capacitación, en la piscina del Hotel Diego de Almagro de Punta Arenas, habría de tener yo también mi épica personal luego que un distraído se cayera a la piscina de un metro y medio de profundidad  ante el estupor de los 120 presentes que atinaban sólo gritar a coro ¡sáquenlo, sáquenlo!, y yo, para mis adentros, murmullando con esa capacidad de indecisión que me está  siendo patológica,  “me tiro, no me tiro, me tiro, no me tiro”. 

Con una ansiosa velocidad sináptica, ¡cómo vuela la imaginación! me veía cruzando a nado (flotando más bien) el brazo angosto del Río Cautín en el vecinal balneario Los Pinos temuquense, soportando estoicamente los continuos górgoros de mate fluvial que me tragaba con la esperanza de llegar cuanto antes a la Chichería las Canoas del lof Truf-truf en los faldeos del Conun Hueno. En otras me veía tirándome guatazos rompiendo las orillas del oleaje atlántico en el balneario argentino de Puerto Madryn.

Y, ante mi dudar de un chapuzón  a lo Mark Spitz -es que ese Phelps no me convence si hasta resultó marihuanero- un funcionario del hotel se tiraba  a socorrer al insólito bañista, dejando mi salvataje interruptus o mejor dicho en calidad de tentativa frustrada.

¡Por favor! no crean lo que se rumorea por ahí, eso de que fue más fuerte cuidar el  celular y el pen drive con información institucional lo que frenó mi arrojo de Tiburón Contreras. 

Sin negar que me dio un poco de julepe y frío salir estilando con mi paletó, pantalón, camisa,  corbata y zapatos recién estrenados, nada fue comparable a tener que soportar el  sexista corito feminista de: ¡Qué valientes los hombres!”, claro está que, caballero como soy, no se me hubiese ocurrido retrucar: ¡Y las mujeres, tampoco vi que se tiraran!

Es que no por llamarse Héctor uno tiene temple de héroe, ni vive en Troya, ni el destino heroico de enfrentar “La cólera del pélida Aquiles”. ¿Será por eso que aunque lo del lunes fue de lo más cerca que estaría de una épica lo dejé pasar y con ello mis warholianos quince minutos de fama?

Se abortaron las portadas en la Prensa y El Pingüino, “Heroico periodista salva a funcionario público”, no hubo entrevistas para ITV Noticias ni TVN Red Austral; tampoco invitaciones al programa de Radio  “Polar en  Parlamento”, ni conversar en vivo y en directo con Patito Mladinic para todas las dueñas de casa.

Menos fui declarado ciudadano ilustre de Natales, y ni aunque me ponga flecos voy a tener, antes que Fernandito Solabarrieta, una calle de mi pueblo con mi nombre.

Tampoco mis colegas me ofrecerán un sorpresivo y opíparo desayuno de dos choripanes y un vasito de leche del Kiosco Roca. Y ni en sueños pensar que al fin una foto mía será subida en la portada de la web institucional con una nota de mérito por mi servicial conducta.

Pero, quizás lo que más lamento, es que no voy a tener un gratuito homenaje de mis generosos colegas santiaguinos, que cuando visite la capital me invitarían a cenar terremoto, lengua, arrollado y papas al Restaurante El Hoyo de Santiago, ahí donde estuvo el internacional chef Bourdain.

Y aquí me tienen, casi igual que siempre, salvo que después de comentar en casa lo que pasó me aconsejaron que uno deber aceptarse tal cual es y ahora al desayuno preguntan: "¿Ya se levantó el miserable?”.



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