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Sinceros

Qué aburrida sería la vida si en épocas de campañas existiera un espacio público que utilice una maquina con memoria big data  que contraste si son veraces los discursos de los candidatos y nos advirtiera cuando uno u otro están mintiendo.

Porque por siglos los políticos se han valido de la demagogia para convencer a la gente tal cual -como dice  Frary-  los cortesanos de la corte le hablaban al rey, o sea solo diciendo aquello que el soberano quería escuchar.

Como ya de los políticos nadie se enamora a lo más se encapricha, no queremos datos presuntamente objetivos, preferimos generalidades que reafirmen nuestras convicciones, prejuicios y estereotipos de periodistas de Facebook: que el país está en el despeñadero, que el tiempo pasado fue mejor, que mañana será igual.

Aunque ya no son esos años de  dirigentes carismáticos ni de ciudadanos seducidos, somos masoquistas tropezamos a propósito, hacemos como que no sabemos que nos están engañando, casi soñamos despiertos, privarnos de aquello sería quitarnos la ilusión de imaginar otro mundo y a nadie le gusta que digan que el  filme es una farsa o que le cuenten el final de la película.

Si la sinceridad no es una virtud de la que puedan hacer gala los políticos, nunca reconocerán, entonces, que Carlos Peña tuvo razón al señalar que los del Frente Amplio son la utopía soft y menos que Kast o tal vez Artés representarían la hard.

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