Los que deben celebrar como un triunfo suyo la muerte de
los dos jóvenes en una protesta social en Valparaíso son los vándalos, porque
el ser vandálico, fuera de destruir y hacer daño, no tiene metas ni fines
ulteriores y el crimen de los estudiantes fue un sin sentido.
El doble asesinato ha reflejado la
polarización existente en el país, están
los que rechazando el homicidio, sin ser abogados defensores, buscan
justificarlo, e incluso, victimizar al victimario: “actuó en legítima defensa”;
“respetaba su derecho a la propiedad privada”; “la rabia contenida por los
destrozos que se producen durante las jornadas de protestas llevó al joven,
presunto autor de los disparos, a actuar de esa manera”, fueron algunos de los
comentarios.
En tanto que para los compañeros de partido o universidad
de los jóvenes fallecidos, el crimen es producto de la sociedad en que vivimos,
donde vale más la propiedad privada que la vida humana.
Y se aludió a la criminalización de la protesta social
como instigadora del crimen, tal es así que líderes de opinión y operadores de
los medios de comunicación tendrían autoría mediata en el homicidio tanto por
criticar la violencia en las protestas, como por el tratamiento informativo que
privilegia mostrar los actos vandálicos por sobre las reivindicaciones de
derechos y demandas insatisfechas de la ciudadanía que lleva a los muchachos a
salir a la calle a protestar.
Se habló también de falta de resguardo policial unos
dijeron que para proteger la propiedad privada, los otros para los que marchan.
No obstante lo anterior, si de algo se pueden jactar los
vándalos es de haber infiltrado su sucia y salvaje garra en las masivas marchas
ciudadanas que opaca la legitimidad, el sentido social y político de la mismas.
Negar aquello es reconocer que se han mimetizado en los movimientos
sociales. Pero esto no quiere decir que
se deba impedir el democrático derecho a protestar ya sea para cambiar el mundo
o por la extinción del monito del monte.
El vándalo, debe entonces, disfrutar este momento, la
muerte de los estudiantes cubrirá con un manto de mal entendida justicia
popular su futuro accionar delictual, el que será aún más violento. Quizás si
hasta al presunto autor de los disparos lo reconozcan como uno de los suyos,
porque en el egocéntrico orden vandálico el otro no tiene derecho a reclamar.
Si bien la muerte
de Ezequiel y Diego puede ser entendida como la derrota de la democracia, para
sus compañeros estarán presentes ahora y siempre, no los mató el fascismo, sino
el vandalismo, los vengará el pueblo, pero no creando un poder popular, sino lo
que hoy parece un imposible, un poco de civilidad esa por la que hace dos siglos un joven
Bilbao marchaba por las calles de Santiago.
(Mayo 2015)
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